Trump ya no quiere un dólar fuerte

Una historia recurrente en la prensa financiera  en Estados Unidos refiere que el mandatario Donald Trump, junto con el secretario del Tesoro, Scott Bessent, estarían preparando un plan denominado Acuerdo de Mar-a-Lago.

Este Acuerdo pretende debilitar al dólar ya que Trump y Bessent consideran que un dólar sobrevalorado es la  causa principal del déficit comercial de Estados Unidos.

A principios de este año, el dólar ajustado a la inflación cotizaba en sus niveles más altos desde 1985, el año del Acuerdo del Plaza, cuando Estados Unidos, Alemania, Francia, Japón y  Reino Unido coordinaron la política para debilitar el dólar.

El enfoque de la Administración Trump es que los déficits comerciales  no son una función de una política fiscal demasiado laxa, como sugeriría la sabiduría convencional, sino totalmente una función de un dólar sobrevaluado. Dicha sobrevaloración  ha sido impulsada por la demanda inelástica de bonos del Tesoro de Estados Unidos y del dólar como activo de reserva, ya que los socios comerciales durante décadas se han resistido a la apreciación de sus monedas locales con la intervención del tipo de cambio.

Bessent tendría un informe en el que se demuestra que si bien el dólar puede estar en algún nivel de equilibrio financiero respaldado por esa demanda inelástica de bonos del Tesoro; la moneda está muy por encima de su nivel de equilibrio comercial.

Los datos del FMI sitúan las reservas mundiales de divisas en torno a los 12.7 billones de dólares, de las que algo menos del 60% están en dólares. En lo que respecta al mercado del Tesoro de Estados Unidos,  los últimos datos muestran que los extranjeros (tanto del sector público como del privado) poseen alrededor de 8.5 billones de dólares en valores del Tesoro  de los que 3.8 billones de dólares están en manos de instituciones oficiales extranjeras; sobre todo chinas.

Hay que tener en cuenta también que los extranjeros poseen alrededor de una cuarta parte de los 36 billones de dólares de deuda pendiente del gobierno de Estados Unidos.

A COLACIÓN

          Hace unos días, Paul Krugman, abordó  el declive económico  de Estados Unidos señalando que va perdiendo no solo cuota de mercado sino también su grado de influencia en el mundo.

          En un artículo titulado Las etapas del duelo económico trumpista, el profesor de la Universidad de Princeton,  también refiere que hay desesperación en el equipo económico de Trump que no sabe cómo reconducir la situación mientras el PIB del primer trimestre va camino de caer.

El académico laureado con  el Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia advirtió que Estados Unidos está entrando en un territorio desconocido bajo un aspirante a gobernante autoritario.  “Y, ya sabemos, cómo los regímenes autoritarios lidian con la adversidad económica”.

          Krugman advierte que los funcionarios de Trump tratarán de ocultar las malas noticias; meterán mano en diversos indicadores redefiniendo su método de cálculo. Sin embargo, no podrán ocultar la realidad: habrá más inflación y posiblemente recesión.

Por su parte, Noah Smith,  habla de un escenario bastante malo y alerta de que es hora de entrar en pánico por la creciente deuda nacional norteamericana.

          Este bloguero y exprofesor de la Universidad de Stony Brook señala que las malas decisiones de Trump seguirán contaminando otras esferas: “Trump y su partido se están preparando para aumentar masivamente la deuda nacional, en un momento en que la deuda existente se está volviendo cada vez más inasequible”.

          Smith explica que  la mayor parte del aumento de la deuda nacional se produjo en tres grandes saltos: el primero, bajo los presidentes Donald Reagan y George Herbert Bush padre; el segundo, bajo el mandatario Barack Obama en la Gran Recesión; y, el tercero, bajo el primer gobierno de Donald  Trump durante la pandemia.

          El punto preocupante, indica Smith, es que el gobierno al  refinanciar más y más sus bonos, se ve obligado a refinanciar a tasas más altas y los costos de los intereses se disparan como porcentaje del PIB. Esos costos están a punto de superar el récord establecido a principios de la década de 1990. A Trump no le van salir las cuentas, ni desde luego nada bien, su nuevo período de gobierno.

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