Las acciones que estrangulan a la ciudadanía nunca son bien vistas, no al menos, por quienes tenemos la necesidad de transitar a diario por una o varias calles de nuestra ciudad: lo vivió el Distrito Federal ante la complacencia –o complicidad- del gobierno local cuando el señor Andrés Manuel López Obrador y su grupo de personas que, de igual forma viven al margen de la ley, tomaron la avenida del Paseo de la Reforma en aras de que se les reconociera un triunfo electoral que afortunadamente no obtuvieron.
En aquel entonces, comerciantes y gente que vive de la hotelería y otros rubros se quejaron amargamente por la forma en que las autoridades del Distrito Federal solaparon a los delincuentes que inclusive, se instalaron viviendo en vía pública, y además, que es lo más grave, violando los derechos de los demás.
En Tamaulipas hay una persona que también actúa como pseudo-dirigente y no se le puede calificar de otra manera más que de vividor: Esteban Ruiz Lozoya, aquel individuo del chaleco de vinilo negro que, arropado en mujeres y niños de la manera más cobarde, ha vivido durante sus últimos años del presupuesto oficial, de marchas y plantones que organiza sin fundamento alguno –igual que López Obrador- con tal de sacar ventaja económica de ello.
Todo mundo lo sabe, es un secreto a voces el modus vivendi de este individuo, quien al igual que otros tristemente célebres “líderes” vivieron y siguen viviendo de chantajear a la gente, de aquellos que, ajenos a toda forma de preparación y mostrando poca madurez le siguen, violando un derecho universal que prohíbe utilizar a los niños en sus argucias que no pueden ser políticas, sino fuera de la ley.
Llama la atención el hecho de que Ruiz Lozoya al grito de “¡cierren el ocho, pero ya!” impulsó a un grupo de personas a cerrar una de las arterias de mayor importancia vehicular en la capital de Tamaulipas.
Como es de esperarse, nadie, ninguna autoridad de Tránsito o la Policía Municipal tuvieron la decisión –ni las agallas- para enfrentar al obeso individuo que no escarmienta y sigue haciendo de las suyas, claro, en tanto no haya una orden judicial que lo ponga donde corresponde.
Automovilistas indignados tuvieron que transitar arriba de la banqueta de la plaza Hidalgo, justo en donde los inconformes volquearon la arteria.
Lo que hace el señor Ruiz Lozoya está trillado, fuera de contexto y formas civilizadas, pero no tiene la culpa el personaje en cuestión sino quien le permite hacer lo que hace; curiosamente, terminan los plantones cuando el sujeto negocia con autoridades del gobierno, y se asegura que es por una cantidad interesante de dinero.
Estamos hartos de este tipo de complacencias: ahora resulta que cualquiera puede llegar y tomar una calle, violando los derechos de todos nosotros, y ver que las autoridades correspondientes no hacen lo que deben.
No se vale, sinceramente, que se permita este tipo de acciones.
Pero lo que más llama la atención es que hay otros personajes que también hicieron de las suyas y ahora se dan baños de pureza.
Cuántas veces no vimos, arropado por las siglas del Partido del Trabajo, al abogado Guillermo Gutiérrez Riestra tomar el palacio municipal, las calles, acusar de corrupción a medio mundo y, luego, aparentemente retirarse para regresar con otros políticos y culminar con acusar con que los dirigentes reciben dinero del gobierno y que inclusive, las instalaciones que utilizaron las atiende el Partido Revolucionario Institucional.
Bien sabe Gutiérrez Riestra de los conductos que llevan al recurso oficial; lo vivió durante años, tuvo la oportunidad –y la aprovechó- de recibir numerosos sobres de dinero, de vivir prácticamente sin laborar, considerando su actividad como única la de salir a patalear por las calles.
Y como estos personajes, recordamos a muchos más, algunos ya fallecidos, pero que siguieron la tónica del plantón y el chantaje.
Todos criticaron al gobierno en cuestión, y todos se hacían presentes en actividades partidistas, maraca en mano, para vitorear al gobernador que les tocaba aplaudir. Igualitos todos, sin duda alguna.
Y ahora, la ciudad se ve estrangulada por este tipo de vividores sin oficio ni beneficio, que solamente sacan casas para ellos y sus parejas en turno, que únicamente gritan para “completar p’al chivo” y dejar colgada a la gente que sigue pendiente de sus necesidades, y no porque le gobierno no les atienda, sino porque por una parte, no hacen nada por tener ingresos –parasitan, no trabajan, no hacen nada útil- y por otra, porque si líder se queda con la tajada que le dan.
Ha olvidado Esteban que cuando estuvo a un paso de la muerte, fue atendido en el Hospital General con cargo al gobierno estatal, porque no fue capaz de pagar un centavo de la millonaria cuenta, argumentando que es líder. Eso es una forma de corromperse, porque de eso vive el hombre.
Finalmente, recordamos aquel dicho que reza: “no tiene la culpa el indio, sino el que lo hace compadre”, y visualizamos al obeso dirigente con su disfraz de líder, su infaltable chaleco de hule negro, acompañado de dos o tres mujeres que, sin ápice de hábitos de aseo se hacen acompañar de sus hijos a los que utilizan como escudos y les muestran lo fácil que es vivir sin trabajar, para secundar los gritos de Ruiz, y seguir violando la ley.
No tienen la culpa ellos, sino quien no los pone en orden. Los tamaulipecos estamos cansados de este tipo de vividores. Deberían encarcelarlos a todos, porque no son más que una parvada de vividores.
Comentarios: [email protected]
Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *¡Vividores!
(Visited 1 times, 1 visits today)