Maremágnum/Mario Vargas Suárez *Las escuelas “Lepatit”

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“La moral es la ciencia por excelencia; es el arte de vivir bien y de ser dichoso.” Blas Pascal

A casi dos semanas, ver la cara de los escolares en este inicio de clases, es todo un espectáculo desde el ángulo que le mire, porque vemos los rostros siempre alegres de los pequeños, de los adolescentes y los jóvenes que regresan a su casa, la escuela. En sentido inverso, los carilargas, tristes y hasta miedosos de aquellos que se incorporan al mundo de una escuela nueva.

No importa si la escuela es pública o privada; si es del primer cuadro de la ciudad, del fraccionamiento o una modesta escuela de “colonia” o de la zona rural, las caras son las mismas: Alegría por regresar y hasta contagiosa para los optimistas; pero hasta de incertidumbre lógico de un mundo nuevo para los novatos.

De ninguna manera usted encontrará cara de tristeza, melancolía o rechazo en nadie.

La escuela es el ambiente formado en el edificio, los maestros, alumnos y el director o directora, los papás que siempre están ocupados en la franca y diaria charla de la entrada.

La escuela es el salón, los patios con sus anexos, los corredores, la tiendita, la escuela es un mundo aparte de la casa y de la calle.

Hay de escuelas a escuelas y no importan si son públicas o privadas, pero éstas últimas han aparecido como un auxilio al estado –por un lado- pero también como una inversión de los particulares en el lucrativo negocio de educar.

En la escuela aprendimos que en la Constitución y su artículo 3º habla de la educación que debe estar basada en los avances del progreso científico, debe ser nacional, democrática, etc., etc.

Lo que popularmente nos queda en la mente es que la educación debe ser laica, gratuita y obligatoria, aunque no entendamos o nos enmarañemos en los conceptos cuando decimos que educación es todo lo que se relacione con la escuela. Error, desde luego.

El mismo ordenamiento Constitucional determina el monopolio de la educación básica, cuando habla de que al estado le corresponde determinar la educación preescolar, la primaria y la secundaria, además de la formación de profesores. Antes decía también la dedicada a obreros y campesinos, desde luego esto último ya se suprimió.

En otras palabras, por mandato constitucional es el Estado mexicano por medio de la Federación, los Estados y/o los municipios que deben garantizar la educación de todos los mexicanos, no porque así lo determine un político, ni porque le hagan el favor a nadie.

Los capitalistas que decidan invertir poniendo una escuela, pueden recibir o no la autorización del Estado y si le permite, el particular está obligado, en todo tiempo, a respetar los lineamientos que el gobierno, vía la Secretaría de Educación Pública, ordene.

Precisamente en este espacio es cuando nacen las “escuelas patito” o “lepatit” que popularmente son las negociaciones de educación que no tienen la autorización del gobierno y hacen muchas trampas, dicen muchas mentiras a los papás y a los alumnos y al final los documentos que entregan no son reconocidos por autoridad alguna.

De ahí que las autoridades educativas siempre recomiendan que los padres de familia deben certificar que las escuelas particulares tengan el Reconocimiento de Valides Oficial de Estudio (RVOLE) mismo que deberá anotarse en toda la documentación oficial del plantel.

Las escuelas que tengan REVOE no solo recibirán libros de texto, sino que están obligadas a utilizarlos y seguir el Plan y Programas de Estudio, lo mismo si es preescolar, primaria, secundaria –en cualquier modalidad- o formación de docentes de cualquier licenciatura.

Las escuelas normales particulares tomaron auge en la década de los años 50 y hubo muchas con gran prestigio. El Maestro Don Jesús Sotelo Inclán (1913-1989) –historiador y uno de “Los catedráticos” en el popular programa de televisión 1970- fue fundador de su propia Escuela Normal, la “Ignacio Manuel Altamirano” (ENIMA 1948-1987)

Cuando decidió cerrarla la ENIMA Sotelo Inclán expresó: “…la abrí cuando hubo que ayudar al gobierno a formar maestros, la cierro ahora cuando ya no existe esa necesidad…”

La expresión del “profe Sotelo”, como le conocieron sus maestros y alumnos, dejó en claro que la escuela particular de su propiedad no la vio como negocio, fue un auxilio que otorgó al gobierno federal cuando “…sacaban a los niños mayores de la primaria para convertirlos en maestros de sus propios compañeros” decía Sotelo.

Sin embargo otros han conseguido los RVOE solo para hacer negocio como se ha denunciado cuando una escuela normal particular cobra a sus estudiantes 10 mil pesos de inscripción, dos mil 500 mensuales y en eso de la titulación, solo la revisión de Tesis, está cobrando hasta 25 mil pesos, más los gastos de “certificación”.

La desbandada de alumnos ya se dio para incrementar la matrícula de las normales públicas y ¿los que no pudieron salir tendrán capital suficiente para saciar el hambre del dueño?, además ¿Podrá la escuela cumplir la promesa que hizo en la promoción de entregar a los egresados una plaza federal?

El negocio de las escuelas privadas es casi perfecto. Alguna vez un dueño de este tipo de empresa en la frontera decía que “Nada más con 15 alumnos de licenciatura la hago, pago la nomina, los gastos del edificio y registros ante SEP, que en realidad son ínfimos, me queda buena lana” dijo.

La PROFECO asegura que una de las obligaciones de las escuelas privadas es que deben tener en lugares visibles los precios, pero se sabe que incluso hay la comisión del delito cuando retienen la documentación.

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