Es una fecha clásica en México: miles recuerdan que en el año de 1968, cuando estaban a punto de iniciar los juegos de la XIX Olimpiada, que marcaron un parteaguas en este tipo de eventos, precisamente el día 2 del mismo mes de octubre se registró en la plaza de Tlatelolco una manifestación multitudinaria de diversas instituciones de educación superior, principalmente, la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional.
El resultado de aquella manifestación: centenares de muertos que, aunque el gobierno federal siempre ocultó las cifras, se contaban por decenas de cientos; había –lo recordamos muy puntualmente- fotografías en algunos diarios que dejaban como constancia la matanza que sucedió en ese lugar: pilas de zapatos extraviados, como buscando sus dueños, y en los edificios llamaba la atención que cuando los lavaron con agua corriente, ésta bajaba por las escaleras en un tono rojizo, dejando al descubierto miles de litros de sangre que fue derramada por las balas, las macanas y las piedras, entre muchas otras cosas.
Fue el 2 de octubre cuando en la plaza de las 2 culturas de Tlatelolco se registró una de las más aberrantes batallas de la historia del México moderno.
Se atribuye al gobierno la matanza, y hay quien supone que fueron grupos que no estaban ligados a las autoridades. Se hablaba de los famosos “halcones” que no eran más que policías disfrazados de civil, con vestimenta común y corriente, pero el salvaje estilo y el espíritu sanguinario comparable con el de cualquier moderno “Rambo” mexicano.
El caso es que desde entonces, a 39 años, no se olvida aquella matanza, y sobre todo, no podrán alejarla de sus memorias quienes perdieron en esas fechas a un joven que ahora podría haber sido el pilar de una familia y que, bajo las balas asesinas quedó enterrado en el anonimato.
La matanza de Tlatelolco ha sido inmortalizada en diversas obras, entre las que recordamos “La Noche de Tlatelolco”, novela de Elena Poniatowska, o la película “Rojo Amanecer”, y como éstas, muchas manifestaciones de protesta cultural y pacífica para recordarnos aquella barbarie.
Lo que no se vale es tener una memoria llena de rencor. Hay quienes aún solicitan que a Luis Echeverría se le encarcele y juzgue; hace pocos, muy pocos años se le siguieron algunos procedimientos legales buscando más que justicia, una venganza que no servirá de nada.
Los muertos, muertos están, y pueden ser gente de nuestra sangre o muy cercanos a nosotros, pero los cadáveres perdidos nunca más aparecerán.
Es prácticamente imposible saber donde quedaron, y es poco ético querer sacar ventaja al acontecimiento.
Llama lastimosamente la atención que alguna madre adolorida por la pérdida de su hijo en aquellos días como es doña Rosario Ibarra de Piedra haya aprovechado la coyuntura inclusive para ubicarse como Senadora de la República. No se vale aprovecharse, o al menos, así pensamos.
Éramos muy jóvenes para estar conscientes de lo que acontecía, rozábamos los once años y la verdad, los aspectos políticos que sucedían poco nos interesaban, quizá porque nos faltaba preparación o por la misma edad que nos llamaba más a saber qué sucedía en el clásico América – Guadalajara o como vendrían miles de atletas a nuestra olimpiada.
La verdad, teníamos muy poca información sobre temas como la inquietud de los estudiantes que se unieron para hacer una sola fuerza que, en el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz fue súbitamente silenciada y disuadida, con un coste muy elevado en vidas humanas y familias enlutadas.
Nada importó, se acallaron las voces, pero se levantó una herida que sigue viva en muchos.
Recordamos que Guillermo, uno de nuestros amigos, contaba que vivió la amenaza de los “Halcones” cerca y tuvo que salir a paso veloz, muy veloz en aras de salvar su vida. Historias mil que escuchamos de gente cercana -y no tanto- que vivió el “tlatelolcazo”.
Acá, en Victoria, supimos de algunos mexicanos que tuvieron también experiencias en esa jornada roja. Xavier Cazares Perales, aquel inolvidable y bohemio pintor y artista vivió algunas de estas cosas en carne propia, y como él, muchos otros más.
Los que siguen vivos, mantienen la herida viva, porque consideran en su mayoría que no se ha hecho justicia. Unos cuantos han permitido a la vida que cierre un poco esa gran herida y ahora se ha convertido en una molesta pero sobrellevadera cicatriz.
¿Hasta dónde vale la pena mantener la herida?
Finalmente, los errores han sido denunciados y al parecer sirvió, porque no se han repetido a pesar de que actualmente padecemos un gobierno de represión en muchos aspectos.
Parece que la historia nos dejó enseñanzas, y eso es lo que debemos mantener muy claro, muy firme.
El 2 de octubre forma parte de la historia del México contemporáneo, y es importante no dejar que se borren esas cosas, no para alimentar rencores ni odios, sino para evitar que vuelvan a acallar a las generaciones actuales y futuras con métodos que poco tienen con la civilización y sus modernas formas de control.
Hoy recordamos a aquellos que el 2 de octubre de 1968 murieron, en forma por demás extraña. Hoy, México recuerda a sus muertos.
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Atentamente: Mtro. Carlos David Santamaría Ochoa ¡Ten un buen día!