Proceso.com: “Por buena conducta”, liberan a sacerdote pederasta

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VERóNICA ESPINOSA
GUANAJUATO, GTO., 2 de noviembre (apro).- “Por buena conducta”, el gobernador de esta entidad, Juan Manuel Oliva, concedió el beneficio de la libertad anticipada al sacerdote José Luis de María y Campos López, quien había sido sentenciado a seis años de cárcel por los delitos de abuso sexual y corrupción de menores en contra de tres menores.

Pese a tratarse de delitos graves, el prelado sólo cumplió cuatro y medio de prisión en el Cereso de León.

En este caso, divulgado por Proceso en el número 1481 (20 de marzo del 2005), el sacerdote contó con el silencio y el ocultamiento inicial de la Diócesis de León y de su obispo José Guadalupe Martín Rábago quien, a pesar de haber conocido los hechos de viva voz de parte de dos de las madres de las víctimas, permitió al sacerdote continuar oficiando en la cuasiparroquia de María Auxiliadora, en la colonia de Santa María de Cementos, en León.

Posteriormente, ordenó a las mujeres que no hicieran nada y prometió que el Tribunal Eclesiástico abriría una investigación, misma que fue prácticamente congelada.

De María y Campos huyó cuando las madres, obligadas por la actitud del obispo, acudieron al Ministerio Público a denunciar al sacerdote y se obtuvo una orden de aprehensión en su contra por abusos erótico-sexuales, aun cuando, por lo menos, uno de los menores confirmó que fue violado por el sacerdote en la casa donde éste vivía y donde reunía a varios de sus acólitos.

A raíz de la publicación del caso, José Luis de María y Campos fue localizado en Zapopan y recluido en el Cereso de León, donde recibió sentencia de seis años por un Juez penal, misma que en las apelaciones posteriores fue ratificada.

La preliberación otorgada por el Ejecutivo estatal le permitió salir libre el pasado 27 de octubre del área de locutorios del Cereso leonés, donde permaneció en una condición privilegiada, a pesar de ser un recluso sentenciado de manera definitiva.

Afuera de la cárcel un grupo de feligreses –de los muchos que lo visitaron en el Cereso– lo esperaba, y fue acompañado a una misa.

Por lo pronto, el sacerdote cuenta también con el beneficio de la duda por parte del obispo José Guadalupe Martín Rábago, quien ha anunciado que De María y Campos permanecerá en calidad de “suspendido” en tanto el Tribunal Eclesiástico desahoga y culmina una investigación, puesto que “primero hay que ver si es culpable”, declaró este domingo.

Este proceso debió haberse efectuado desde que se conocieron las denuncias de las víctimas, pero fue prácticamente “congelado”, como lo confirman las diligencias iniciales, entre ellas, un largo interrogatorio a uno de los menores, efectuadas a mediados del 2005, de las cuales Proceso tiene las copias correspondientes.

En la mencionada diligencia, ante el encargado del Tribunal Eclesiástico, el presbítero José Salomé Lemus, el niño explicó cómo fue violentado sexualmente por De María y Campos, quien le obsequiaba ropa, juguetes y aparatos electrónicos sin que la madre sospechara nada, hasta que el cambio de conducta y su rechazo a volver a la cuasiparroquia sacaron a flote los abusos.

El domingo, el obispo Martín Rábago rechazó que el sacerdote hubiera gozado de algún privilegio con la preliberación, misma que “se dio porque el padre cumplió en todas las disposiciones de lo que fue la sentencia que le fue aplicada”, e insistió en separar las disposiciones de la justicia penal –que encontró a De María y Campos culpable– del proceso eclesiástico.

Este proceso, dijo, “tiene que realizarse conforme a lo que esta establecido y se lleva a lo que se llama la Congregación para la Doctrina de la Fe; de la respuesta que se de dependerá el ejercicio o no del ministerio sacerdotal… desde el punto de vista del proceso eclesiástico no tenemos ninguna certeza de que el padre sea realmente culpable, eso tiene que investigarse”.

El también arzobispo de la región del Bajío pidió “dar carpetazo” al asunto.

“Ya no queremos hablar de eso, eso ya se hizo, ya se terminó. El padre está libre, yo creo que ya no es el caso de tratar ese asunto”.

A continuación, se reproduce la parte medular del reportaje de Proceso, la historia que para las autoridades eclesiásticas “ya terminó”.

“Nunca desconfié”

El acusado egresó del Seminario Mayor de León y llegó a la parroquia de María Auxiliadora el 1 de junio de 2004. Ahí fue presentado por el propio obispo Martín Rábago. La feligresía de Santa María de Cementos, populosa colonia donde se encuentra la parroquia, recibió a su nuevo sacerdote con una verbena.

Anteriormente, José Luis de María se había encargado del templo del Señor de los Milagros y del templo del barrio del Coecillo, entre otros.

En Santa María, el sacerdote recibió ayuda de la abuela materna del niño, que para efectos de este relato llamaremos Juan. Y éste, que la acompañaba, pronto se interesó en tocar las campanas de la parroquia.

Cuenta María S., madre de Juan:

“Mi hijo, quien todavía juega a los coches y le gustan las revistas de automovilismo, estaba terco en ser él quien tocara las campanas para llamar a misa. Fue entonces cuando el padre José Luis le dijo que lo enseñaría a ser acólito. Y así mi hijo empezó a ir más seguido al templo que, por cierto, todavía está en construcción.”
De María y Campos se ganó la confianza de la familia, al grado de que se ofreció para “acompañar” a Juan cuando terminó su educación primaria, una especie de padrinazgo común entre las familias del barrio. Luego -prosigue la madre-, el sacerdote empezó a comprarle camisas, pantalones y zapatos al muchacho.

Mientras, otros niños comenzaron a ayudar al párroco en las misas diarias de las 7:00 y las 20:00 horas, así como en la misa dominical de las 10:00. Para sorpresa de los colonos, el sacerdote llegó a juntar más de 20 acólitos, cuyas edades fluctuaban entre ocho y 10 años.

Cuando Juan entró a la secundaria, el padre José Luis le regaló uno de los uniformes escolares. Después le obsequió ropa de marca, por lo que María S. le pidió al sacerdote que no malacostumbrara a Juan:

“Yo le dije que nosotros estamos muy pobres y que no podemos comprarle esas cosas. Pero el padre me contestaba que era su gusto y que lo dejara.”

De María y Campos vivía en una casa situada en la calle de la parroquia. Juan y otros acólitos lo acompañaban con frecuencia a desayunar o a comer.

“Para nosotros era un honor que el padre apoyara tanto a nuestro niño. Siempre creí que lo cuidaba mucho; lo llevaba a la escuela e iba por él, aun en la secundaria, y no lo dejaba juntarse con los muchachos de la colonia. Nunca desconfié del padre.”

Por eso cuando el sacerdote pidió ser el padrino de confirmación de Juan, la señora aceptó de inmediato, aunque ya tenía compromiso con otra persona: “Era el padre, ¿cómo le iba a decir que no?”

Pero el 19 de febrero, mientras María S. viajaba en un autobús, escuchó que dos vecinas suyas hablaban de un niño al que el párroco intentó desnudar. Hasta entonces se dio cuenta de que Juan ya no mostraba el mismo entusiasmo por acudir a la parroquia o a la casa del sacerdote y le costaba trabajo levantarse para ir a misa. “Antes pensaba que era porque se le había pasado la novedad”, comenta.

Cuando llegó a su casa interrogó al menor, que le reveló todo: el padre José Luis abusaba de él durante las visitas a su casa: En ocasiones hacía lo mismo con un grupo de acólitos.

Al enterarse, la familia de Juan se dirigió a la casa del sacerdote y éste salió. Cuenta María:

“Nunca negó los abusos que cometía, al contrario. Nos dijo que tiene un problema, que desde el nacimiento le falta un testículo y por esa razón le daba por agarrar a los niños. Supe que había amenazado a mi hijo con que algo malo nos pasaría si contaba lo que ocurría. Después le decía que lo que hacía no era malo, que era un sacerdote y que él era un elegido de Dios. Y al final le daba la comunión.”

El niño contó al diario local A.M.: “Me decía (el sacerdote) que no era pecado, que era una cosa normal, que cualquier persona lo hacía. Me decía que él iba a hacer lo que yo pidiera.”

María estaba desorientada: “No quería denunciar porque, como lo ven a uno pobre, no le hacen caso y uno termina como si fuera el delincuente. Tenía un miedo enorme de lo que podía seguir pasando. Muchísimo. No quería decirles ni a mis hermanos porque sabía que la víctima iba a ser finalmente mi hijo.”

Fue cuando decidió ir al obispado. Ese 25 de febrero, el obispo Martín Rábago había conversado a puerta cerrada con el párroco. Después recibió a María S.

“Le conté de la violación y me respondió que me tranquilizara, puesto que el sacerdote le dijo que a mi hijo nada más lo había tocado. Me ofreció quitarlo de la parroquia.”
En efecto, el 2 de marzo José Luis dejó de oficiar misas en María Auxiliadora. Pero María no estaba conforme con la sanción y regresó a ver a Martín Rábago el 4 de marzo, acompañada por la madre de otro acólito que sufrió los mismos abusos sexuales.

“El obispo ya nos recibió con dureza. Estaba molesto. Nos dijo que ya había quitado al sacerdote, que lo demás era cosa interna, que nosotras éramos las únicas que podíamos ayudar a nuestros hijos”, relata.

–¿No les dijo si el Tribunal Eclesiástico investigaría al sacerdote?
–En ningún momento. Y su respuesta fue la que me hizo finalmente acudir a denunciar al sacerdote. Yo tenía muchas dudas. Pensé que no me iban a hacer mucho caso, que las autoridades no se meterían con la Iglesia.

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