Personas en apariencia pacíficas, gente mansa y plácida, como cualquiera, se transforman de repente en matones sólo porque un camarero no atiende una petición en un restaurante atestado de clientes. En ocasiones, el enfado sube de tono y aparecen las amenazas, malos gestos y codazos. Según los investigadores del Instituto de Tecnología de California (Caltech), a las moscas les ocurre más o menos lo mismo ante un «plato» de comida con demasiados comensales alrededor, y tienen la clave para descifrar qué causa esa transformación y cómo el cerebro se prepara para la agresividad. La violencia se huele.
Los biólogos, que han publicado un estudio en la versión online de la revista Nature, han identificado en las glándulas odoríficas de las moscas del vinagre (drosophila melanogaster) la feromona que provoca los comportamientos violentos. Se trata del 11-cis-vaccenylacetate (cVA)-, presente en la cutícula de las moscas macho y que «promueve enérgicamente la agresión» entre dos contrincantes, explica el científico Liming Wang, uno de los autores del informe. Unas neuronas que existen en sus antenas detectan esta feromona en el ambiente y envían la información al cerebro para prepararse «para la guerra».
Cuando la drosophila se enfada, se levanta sobre sus patas traseras, realiza pequeñas embestidas y ataca con las delanteras a su oponente. Los científicos agregaron cVA sintético a la zona en la que se enfrentaban los insectos, y comprobaron que la frecuencia de las embestidas aumentaba drásticamente. Los investigadores se preguntaron entonces si era posible contener la agresividad de las moscas «bloqueando» las neuronas en las antenas que contienen los receptores de la feromona en cuestión.
Demasiadas moscas acaba en peleaPara ello, atraparon entre veinte y cien moscas machos donantes -llamadas así porque «donaban» las feromonas volátiles a su entorno- en una jaula rodeada de una fina malla. La pantalla permitía escapar el olor de las feromonas pero mantenía encerrados a los insectos. Otros dos machos «de prueba» fueron colocados en el techo de la jaula. Estaban lo suficientemente cerca para sentir las feromonas, pero no podían entrar en contacto con los otros insectos. Pronto, los machos libres se volvieron más agresivos. Sin embargo, este efecto podía ser paralizado si se silenciaban sus neuronas receptoras. «Estos experimentos sugieren que la presencia de altas densidades de moscas machos en un entorno pueden fomentar la agresividad debido a la alta cantidad de cVA que hay en el ambiente», describen los investigadores.
Los científicos también creen que esta agresividad puede ser una fórmula de la naturaleza para evitar que la densidad de moscas sea demasiado alta, ya que si hay muchos machos, lucharán entre sí por la comida y las hembras, hasta que uno se convierta en el rey de la zona. Sin embargo, cuando el número de ejemplares es escaso, «comen juntas felices, como vacas que pastan tranquilamente en un prado alpino».
Los resultados de la investigación suponen un paso importante para desentrañar el misterio de cómo la agresividad -un comportamiento innato- es «formateada» en el cerebro por los genes de un animal. Los científicos se preguntan ahora si los seres humanos también huelen la violencia. El equipo no descarta que los humanos tengamos nuestras propias feromonas de agresión. Después de todo, algo parecido ha sido localizado en ratones, evolutivamente mucho más cerca de nosotros. «El tiempo lo dirá», apunta.
Encuentran la feromona de la violencia
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