Considerando el conjunto de hechos cotidianos, coyunturales y estructurales que marcan el inicio de la segunda década del siglo 21 mexicano, la restauración del viejo régimen político en el año 2012 se presenta como un escenario probable. Y es que son, otra vez, las poderosas fuerzas del conservadurismo las que operan una nueva transición que no sería, en mi opinión, una regresión pues los segmentos más dinámicos de la sociedad civil –los mismos que han impedido que la vieja reacción acreciente su influencia en la esfera pública a pesar del PRIAN– han logrado avances importantes en derechos, en libertades para la ciudadanía difíciles de arrebatar. Pero uno no es adivino y la historia es caprichosa, pues es mujer.
Recordemos que para las elecciones federales del 2000, como ampliamente se ha documentado, las derechas criollas y sus aliados externos crearon las condiciones para que sucediera la alternancia del poder político, para que un tipo de escasos alcances como es Vicente Fox, un manipulador manipulable, cumpliera su propósito de sacar a patadas al PRI de Los Pinos. El triunfo panista generó grandes expectativas entre la población pero fueron la incompetencia, el escándalo, el dispendio, el cinismo, la impunidad y, desde luego, la corrupción, los signos distintivos del primer presidente panista. Pronto, el desencanto, la frustración encarnados en millones de ciudadanos que habían votado por el cambio foxista se convirtió, para la oligarquía, en una bomba a punto de estallarle en las manos cuando la creciente popularidad de Andrés Manuel López Obrador se convirtió en un peligro para sus intereses. No podían aceptar un presidente que no les fuera totalmente dócil.
Por eso, la Santa Alianza Oligárquica, declaró la guerra a las izquierdas y desde diversos frentes lanzaron una ofensiva sin precedentes contra López Obrador y sus seguidores. Una ofensiva sustentada en la calumnia, en la sinrazón que fue avalada, y esparcida exponencialmente, por intelectuales deshonestos. A los dueños del País, a sus voceros y capellanes poco les importó polarizar a la población durante la campaña presidencial del 2006. Echaron mano de todos los recursos, incluso de los ilegales, para descarrilar la candidatura presidencial de López Obrador. Algunos incluso de ellos, sugirieron parar a López Obrador fuera como fuera, lo que, sin duda, consideraba el magnicidio. Ante tales despropósitos, los parlanchines obispos católicos y los furibundos defensores de la libertad de expresión oficial mantuvieron un silencio cómplice.
Usaron todo lo que su poder ilimitado les permitía para llevar a Felipe, El Pequeño a las cabañitas que aún impregnadas de los finísimos aromas de doña Marta, lo esperaban. Pero ahora, los dueños de México parecen desilusionados con su improvisada polichinela y, previos rigurosos acuerdos, anhelan afincar otro títere en Los Pinos, una marioneta que tenga más hechura y muestre mayor destreza en la poco escrupulosa, aunque muy jugosa, transparencia de los bienes públicos a las arcas privadas.
En consecuencia, los analistas mejor cotizados, los más próximos al gran capital, los reporteros de la farándula, los comentaristas de sociales y los cronistas de todas las diócesis coinciden sin chistar con los resultados arrojados por las muy prestigiadas, y bastante mejor pagas, casas de encuestas, que indican que el reposicionamiento electoral del cúmulo de intereses agrupados en el PRI durante el 2009 es el más claro anuncio de que en los comicios del 2010, el priísmo con el Poder de Dios, ganará de todas, todas, y que en el 2012 hasta se oficiará misa muy republicana en la casa presidencial que podría ser, según algunos fabulistas, el, para esas fechas remozado, Castillo de Chapultepec. ¡A qué tiempos señor Don Simón!, dicen los anarquistas partidario de San Caín, El Resentido… En fin.