Sería probablemente el año de 1997 o 1998: la fecha no está fija en la mente, pero los recuerdos sí. Fue en aquel viaje a ese sitio de la presa Vicente Guerrero inundado hace muchos años y convertido en paseo: el sitio es conocido como Viejo Padilla y ahí se entretejieron innumerables historias y leyendas.
Cómo olvidar, por ejemplo, la que habla del Padre Frías, aquel sacerdote oriundo de ese sitio que dicen los que saben, en una ocasión se enfrentó a los integrantes de la Logia Masónica y con su pistola en mano hizo varios disparos en la discusión.
Miles de historias, muchas de ellas, tuvieron como protagonista a don Andrés Bujanos, a quien no conocimos pero supimos de su carácter bonachón y sincero, que fue la cabeza de una tradicional familia.
El último eslabón de la dinastía fue precisamente Guadalupe, a quien –decía ella- le llamaba “negrita”. Ella decía que sus hermanas eran blancas y ella prieta. Siempre lo supo y lo comentaba aunque no se avergonzó nunca de su color de piel, ni de sus acciones que le llevaron a ser objeto de la disciplina de doña Cristina, la esposa de Andrés. Él fungió como alcalde de Padilla, la vieja Padilla, aquel lugar del que solamente quedaron la escuela, la iglesia, la vieja plaza y una placa en ese sitio que da cuenta del fusilamiento de don Agustín de Iturbide, precisamente, en esa plaza histórica, hoy, bañada por las aguas de la presa que, con el último ciclón tomó una mayor fuerza… y capacidad.
“Mire –dijo Guadalupe, señalando hacia un punto de la plaza- yo vivía para allá, a una cuadra. Era la casa de mi padre”.
Ese paseo se convirtió en una clase de la historia contemporánea del Tamaulipas de principios del siglo pasado. Lupe tenía historias para contar toda la vida.
Alegre, servicial y con un corazón del tamaño de la “mismita” presa, doña Guadalupe Bujanos González nos regaló muchas cosas a lo largo de esa parte de existencia compartida: comidas –deliciosas, por cierto- atenciones, charlas y uno que otro regaño, sin olvidar los pleitos que por lo general surgen en cualquier familia que está conformada por seres humanos normales, aunque algunos con más virtudes que otros. Guadalupe nos entregó realmente momentos inolvidables, hasta que la salud comenzó a mermar su existencia.
Vinieron consultas, hospitalizaciones y todo lo que se refiere a una persona que, nacida el 27 de marzo de 1924 tuvo que vivir. La salud fue poco a poco yéndose, aunque ella estaba siempre lúcida, agradeciendo a su Dios todo lo que vivía.
Madre de siete hijos, Guadalupe tuvo satisfacciones para todos; contó la parte de su existencia en la que tuvo necesidad de emigrar para mantener a sus herederos Lorenzo, Tere, Oscar, Carmen, Angel, Blanca Guadalupe y Manuel. Todos ellos, parte de lo que hoy queda de la familia Bujanos de Padilla mismo, donde sus raíces pretendieron ser enterradas con la presa, pero que afloraron en Victoria, a la que tomaron como su nueva residencia.
Ahí estuvieron dos mujeres: Doña Lolita y Doña Lupita; en Matamoros, doña Concha, y así, las tres, daban constancia de su existencia al lado de don Andrés y doña Cristina.
Los últimos tres años de la existencia de Guadalupe fueron cobijados como los veinte anteriores: en un sitio pleno de amor y atención. No podemos decir que tuvo una difícil existencia. Ella fue cobijada por la buenaventura de siempre y la verdad sea dicha, nunca estuvo sola.
Pero los últimos tres calendarios, cuando ya su salud le impedía bastarse por sí misma, encontró un nuevo hogar, donde vivió hasta el último día de su existencia: este sábado 14 de marzo de 2010, cuando nos dejó para siempre, y para unirse a sus padres, a los que siempre idolatró y bendijo.
“Hijo, cuando me muera, quiero que me entierren con mis viejitos”, dijo hace ya varios años, en una visita al panteón del cero Morelos, donde se encontraba la tumba de Andrés y Cristina, allá por el lado sur del cementerio.
Su añeja voluntad fue cumplida este lunes por ahí de las 10 u 11 de la mañana, donde sus hijos, nietos, nueras y yernos, sobrinos, amigos y toda esa gente que nos ha profesado su amistad y cariño estuvieron presentes.
Siempre que alguien muere, todos hablamos bien. Pareciera como un adagio para lavar las culpas o tratar de justificar algunas faltas de atención.
Lupita, Lupe, Guadalupe para otros, hoy descansa al lado de sus viejitos, como nos dijo en aquella ocasión.
Es una fecha difícil para los que le conocimos, sin duda alguna, pero con la partida de Lupita se cierra ese ciclo que iniciaron hace muchos pero muchos años en la villa de Padilla Andrés y Cristina.
La última de los herederos dejó de existir y finalmente, descansó de sus males que le aquejaron y minaron la salud durante los últimos años.
Con las innumerables muestras de cariño y solidaridad, no queda más que el agradecimiento a esas personas que estuvieron presentes en una pequeña sala, con la familia, con Guadalupe, con los recuerdos que son muchos.
Descanse en paz, María Guadalupe Bujanos González, y nosotros, en tanto, extenderemos una plegaria por su eterno descanso. Gracias a todos, de corazón.
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