ANECDOTARIO/JAVIER ROSALES ORTIZ *PASELE MARCHANTA

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Alta, muy alta, de complexión un tanto robusta y vestida con falda de mezclilla y con blusa blanca bordada con motivos que caracterizan a la indumentaria de las mujeres de un pueblo indígena, ella se deslizaba lentamente entre los puestos del tianguis dominguero callejero y a cada paso que daba pelaba el diente con su amplia sonrisa, como si buscara agradar.
De pelo negro corto y acompañada de una mujer mucho mayor, ella poco se confundía entre aquella masa de amas de casa que cada domingo acudían al Mercado Ramón Corona de la Colonia Industrial del Distrito Federal a comprar los víveres para la comida del día, porque por su estatura destacaba entre aquel mar de gente.
La Industrial es una colonia de clase media alta que está ubicada a unos pasos de La Villa de Guadalupe, aunque por sus construcciones compuestas por casas muy antiguas por dentro, pero con fachadas de cierto lujo, nada envidian a las de la Roma y de la Narvarte.
Por el ambiente que pintaba a ese mercado, por la música y por la venta de variados artículos costosos y baratos, uno se sentía en la Colonia Industrial como si recorriera Coyoacán un domingo cualquiera, famoso por su folclor, por los chavos “buena onda”, por trovadores, por los artesanos y por los antojitos mexicanos que hacían difícil escoger algún platillo.
En la primera ocasión que la vi le dije a mi esposa Blanca: “A esa señora yo la he visto en la tele. Es panista y siempre en los eventos luce junto a “los grades” de ese partido.
Y así es, porque de acuerdo a las imágenes televisivas mantenía una cercanía muy estrecha con Felipe Calderón Hinojosa, quien hoy es Presidente de México.
Fue durante el gobierno de Vicente Fox Quezada que casi roce en tres ocasiones su ropa cuando se abría camino entre la muchedumbre rumbo al Mercado Ramón Corona y su rostro frío, inexpresivo, me llamo la atención porque a pesar que departía sonrisas, se antojaba que no las sentía sinceramente.
Ella, en los puestos del mercado y con un morral en la mano, se detenía a verificar la calidad de los mangos manila, de las ciruelas, de los nopales y del chilito seco que es bueno para sazonar un rico mole de olla.
Y sincera o no, se daba su tiempo para hacerle “piojito” a los hijos de Las Marías, mujeres que se apostan en la entrada de los mercados capitalinos para ofrecer sus antojitos como sopes, memelas, pambazos, tamales y nopalitos de buen ver.
Si algo se puede hablar bien de ella es que no regateaba y pagaba de inmediata el precio de lo que depositaba en su vistoso morral, como lo hacen las mujeres de abolengo que por curiosidad bajan al pueblo para ver como están los simples mortales.
Nunca supe si vivía por ese sector donde por años habité con mi familia, lo cierto es que en tres ocasiones ella siempre lucio una prenda de color azul en su vestimenta, como si fuera su preferido.
Ahora la veo distinta en la tele y ya como la Comisionada del Instituto Nacional de Migración, donde es blanco de los ataques más mortíferos que soporte una funcionaria federal, por la ejecución de 72 indocumentados de varias nacionalidades.
Así es, Cecilia Romero Castillo, se tambalea en ese puesto porque su rectitud está en duda, en razón de que esos migrantes no pudieron haber llegado a Tamaulipas sin la corrupción, el trafico de influencias, la violación de los derechos humanos y de la ceguera gubernamental.
Fallo Cecilia y su nombre está en boca de todos, por eso no da la cara.
Porque de indígenas de aquí o de otro lado Cecilia no sabe nada, ni siquiera de aquellos que cruzan por nuestro suelo rumbo a los Estados Unidos para huir de la miseria que lacera, que extermina a sus pueblos.
Tal vez su primer contacto con nuestros hermanos indígenas lo logro Cecilia en la Colonia Industrial, donde con asco o no hizo “piojito” a los hijos de “Las Marías”.
Sin saber que hoy tendría que velar por la seguridad de miles de indígenas migrantes.
Por todo eso ya está en la mira.

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