Vive migrante 10 horas de terror al ser despojado del ‘sueño mexicano’

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-Lo despojan de 37 md, y lo encarcelan en Laredo, Texas

Gastón Monge/EnLíneaDIRECTA

Nuevo Laredo, Tamaulipas.- Luego de dos meses de haber sido arrestado y encerrado en un centro de detención en Laredo, Texas, por oficiales de inmigración, Gabriel Yerrat Hernández, de 34 años, vaga por Nuevo Laredo en busca de trabajo, porque quiere recuperar a sus cuatro hijos estadounidenses que se encuentran en un centro de asistencia de menores sin padres.

Su historia no es muy diferente a las del resto de los migrantes que son deportados de Estados Unidos, solo que la de Gabriel raya en la desesperación, porque fue secuestrado y asaltado en la ciudad de México, además de ser detenido en Laredo, Texas, solo porque fue a preguntar a las instalaciones de Inmigración en el puente internacional, sobre el paradero de sus hijos y de su esposa.

“Me detuvieron por mi aspecto y porque crucé la frontera para pedir información sobre mis hijos”, dice con voz temblorosa y con el llanto casi a punto de brotar de sus ojos.

La historia

Durante 30 años vivió en Estados Unidos como indocumentado, debido a que una persona lo adoptó y se lo llevó a California, en donde vivió 12 años; luego estuvo seis años en Chicago, en donde se casó, y de allí se pasó a Virginia, en donde tuvo a sus hijos.

“Ya no quería vivir en Estados Unidos porque no me gusta, por lo que trabajé muy duro y junté algo de dinero para poner un negocio en México, eran 37 mil dólares que llevaba en tarjetas de crédito, cheques y en efectivo”, dice con tristeza.

Una vez que reunió el dinero, en febrero de este año llegó a la ciudad de México con su esposa y sus cuatro hijos, de 8 meses, 1.8 años, tres y seis años; se instaló en la colonia San Ángel en el sur de la ciudad, hasta que en abril recibió una extraña llamada telefónica que le decía que era de La Familia Michoacana.

“Pero yo no sabía nada. No los conocía porque acababa de llegar y colgué el teléfono, pero me decían que tenía que pagar una cuota”, dice aún con temor.

Una semana después le volvieron a llamar y lo amenazaron de que si no pagaba le harían daño a él y a su familia.

Como no hizo caso a la advertencia, el 22 de junio recibió una última llamada, pero ya no fue advertencia; solo le dijeron como iba vestido y por dónde caminaba, por lo que se asustó y corrió a refugiarse a su departamento.

“Al día siguiente decidí salir a pasear con mis hijos, como acostumbraba hacerlo, pero afuera estaban seis hombres y dos mujeres que nos empujaron hacia adentro. Me cachetearon y a mi esposa la aventaron porque no habla español, y a mí me siguieron golpeando en todo el cuerpo”, narra mientras muestra las huellas de la tortura a la que fue sometido.

Diez horas de terror

Eran las 9 de la mañana del 23 de junio, cuando el terror invadió a Gabriel y a su esposa, al ser secuestrados dentro de su propio hogar por un grupo armado.

“Me golpeaban en todo el cuerpo mientras me preguntaban en dónde tenía el dinero, y como les decía que no sabía nada, tomaron unas tijeras y me las clavaron en la cabeza. Uno de ellos me pegó en el rostro con las cachas de una pistola y me fracturó la nariz”, menciona con la cabeza inclinada, recordando esos momentos de tormento.

Ya cuando el dolor era insoportable para Gabriel, les dio las tarjetas y sus contraseñas, al igual que 22 mil dólares en efectivo, hasta que los delincuentes lo despojaron de casi 500 mil pesos mexicanos.

“Ya no tengo nada, ya no tengo nada. Déjenos por favor”, suplicaba Gabriel a sus verdugos, mientras uno de ellos le colocaba en la cabeza una bolsa de plástico de color negro, y el frío cañón de una pistola, por lo que se dio por muerto.

El balazo que le privaría de la vida lo esperaba en cualquier momento, pero no ocurrió la tragedia, solo lo volvieron a golpear en el rostro, y perdió el sentido.

A las siete de la noche de ese día Gabriel recuperó el conocimiento, y lentamente se quitó la bolsa de plástico. Sangraba profusamente, pero ello no impidió que se diera cuenta que no había nadie en su departamento, luego corrió a una de las recámaras en donde estaba asustada su esposa y sus hijos, llenos de pánico.

Una vez repuesto de la fuerte impresión, salió a la calle a pedir ayuda, y como pudo una patrulla lo trasladó a una delegación de policía cercana, en donde puso su denuncia, pero allí le dijeron que no podían hacer nada, por lo que retornó a su hogar frustrado e impotente.

Sin embargo, antes de llegar recibió una llamada a su celular; le decía que por haber puesto una denuncia lo matarían al igual que a su familia, por lo que se asustó y decidió huir, aunque antes remató sus muebles que había comprado nuevos, en 4 mil pesos que un sujeto le ofreció por ellos.

Sigue la odisea

Con ese dinero llegó con su familia a Nuevo Laredo, frontera por la que en febrero cruzó para dirigirse a la capital del país, rentó un departamento eventual mientras su esposa cruzaba a Laredo, Texas.

Al día siguiente se dirigió al puente internacional I para preguntar por un organismo llamado ‘Bethany House’, ubicada en el 819 Hidalgo Street, en donde presuntamente se encontraban sus hijos con su esposa.

Pero la desgracia acompañaría de nueva cuenta a Gabriel, porque al llegar a Laredo, Texas, el 30 de agosto para preguntar por esa dirección que su esposa le había dado, un oficial racista que lo atendió, de inmediato lo esposó y lo envió al centro de detención, por dos largos meses.

Estuvo incomunicado durante ese tiempo, hasta que salió en libertad y fue deportado a México por esta frontera.

Se comunicó con su esposa y le pidió que se vieran en un negocio de esta frontera, pero notó algo raro en su voz, hasta que le confesó que ya vivía con otro hombre y que a sus hijos los había entregado al gobierno por no poder atenderlos.

“¿Se imagina lo que siento? Ya no quiero vivir así porque perdí todo, mis cosas y a mi familia. No sé qué voy a hacer, y lo más seguro es que me suicide porque no quiero vivir como un mendigo. No quiero dinero de caridad, quiero que alguien me dé trabajo para poder rescatar a mis hijos”, suplicó envuelto en lágrimas.

Cuando se entrevistó con su esposa en Nuevo Laredo, llegó acompañada de quien dijo era su novio, y al preguntarle por sus hijos, le dijo que los había entregado al gobierno, y sin más detalles se retiró.

“Me abandonó y me dijo que era por el bien de los niños, pero todo fue culpa del oficial que me arrestó, a quien le dije cuando salí de la cárcel, que era un desgraciado porque había destrozado una familia”, refiere.

Ahora Gabriel vaga por la ciudad buscando trabajo, pero nadie lo emplea porque no es de la región, y porque la inseguridad que priva hace a la gente desconfiar de los fuereños, lo que hace más difícil su precaria situació.

“No soy delincuente ni un criminal, necesito trabajar porque no quiero vivir de la caridad. Solo quiero un trabajo para poder vivir y poder rescatar a mis hijos”, expresa tras mencionar que tiene estudios de preparatoria en Estados Unidos, además de dominar el inglés y saber computación.

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