


– Testimonios delatan abuso de autoridades y delincuentes.
Gastón Monge/EnLíneaDIRECTA
Nuevo Laredo, Tamaulipas .- A pesar de las promesas de las autoridades mexicanas por frenar los abusos que a diario se cometen en contra de migrantes, decenas de mexicanos y centroamericanos continúan siendo víctimas de robo, extorsión, asalto y hasta secuestro por parte de autoridades o delincuentes, según se desprende de testimonios obtenidos en la Casa del Migrante de esta frontera.
Pedro, un joven corpulento, es uno de tantos casos. Durante dos largas semanas sufrió el tormento de haber sido secuestrado en las riberas de la presa Falcón, en ciudad Guerrero, Tamaulipas y frontera con Roma Texas, por donde pretendía cruzar para internarse a Estados Unidos.
En diciembre salió de San Luis Potosí, su tierra natal, en busca de un empleo en el vecino país, ya que como jornalero los 50 pesos diarios no le alcanzaban para sus necesidades.
Pero su sueño fue bruscamente interrumpido por un grupo armado que lo interceptó en las orillas de la presa, cuando le preguntaron si había pagado la ‘cuota’.
Al decir que no, de inmediato lo golpearon y le vendaron los ojos, para trasladarlo a una casa de seguridad de aquel municipio fronterizo, con la intención de que les diera datos de su familia para extorsionarlos y negociar su libertad.
“Me vendaron los ojos y me golpearon con una tabla en las piernas y en el rostro. Luego me dijeron que mis familiares tenían que pagar 22 mil dólares si me querían ver vivo, de lo contrario amenazaron con matarme”, narra con el temor aún reflejado en su rostro.
Tras conseguir a la familia, los plagiarios se comunicaron con ellos, y después de varias negociaciones consiguieron reunir 100 mil pesos, dinero que enviaron a cambio de la libertad de Pedro, a quien ‘tiraron’ en una de las calles de Guerrero, municipio que forma parte de la llamada frontera chica, una región que el año pasado fue invadida por la violencia que obligó a la mitad de sus habitantes dejar sus hogares.
Pedro estuvo vendado esas dos semanas al lado de otros 8 migrantes, uno de ellos una joven mujer de quien abusaron frente a todos, mientras el resto era golpeado y torturado.
“Pensé que me matarían… tenía mucho miedo porque no me podía parar ni para ir al baño. Les supliqué que no me mataran porque tengo un hijo, pero me seguían pateando”, narra de manera pausada, mientras traga con dificultad la saliva que se le hace nudo en la garganta.
Las huellas de los golpes aún se reflejan en su rostro, pero a pesar de ello no retornará a su comunidad, sino que luego de 8 días de recibir ayuda en la casa del Migrante, intentará cruzar el río Bravo.
El caso de Beauit
Pero no solo en México los abusos contra migrantes ocurren. También en Estados Unidos se cometen atrocidades en su contra, y más aún cuando en ese país la mayoría republicana hace intentos por frenar la migración indocumentada y las posibilidades de una amnistía para los hijos de indocumentados.
Beauit Aguilera es una hondureña de 52 años que fue víctima del abuso durante dos años, en el interior de una cárcel para indocumentados en Texas.
Ella salió de la comunidad de Santa Rita, Honduras, el 29 de septiembre del año pasado, con la intención de reunirse con sus hijos que viven en Estados Unidos, aunque ya había vivido como indocumentada 30 años, hasta que fue detenida y deportada a su país en ese mes.
Beauit pensaba trasladarse a Tijuana, por lo que de Honduras se fue a Belice, en donde estuvo casi tres meses hasta que se fue a Chetumal sin problemas y de allí a Veracruz, hasta que llegó a la estación del ferrocarril conocida como ‘Lechería’, en el Estado de México.
Tres días después llegó a Monterrey, y en ese tiempo dice que no comió ni durmió por el miedo que sentía por lo que le contaban que les hacían a los migrantes como ella, pero como se equivocó de tren, llegó a Nuevo Laredo en vez de Tijuana.
“Me di cuenta entonces que la vida del migrantes es muy triste. Se sufre mucho y nadie nos da la mano, solo sufrimos humillaciones y maltratos en México”, explica.
Sin embargo, dice esta hondureña, que cuando estuvo detenida en Texas, el trato que le dieron fue peor que en México, ya que a todos los hispanos les dicen mexicanos, además de que los humillan al decirles que se vayan a su país.
“A mí me decían qué estaba haciendo en su país, y el maltrato era el mismo para todos los que hablamos español. Nos odian porque son racistas”, explica tras mencionar que su deseo es regresar a Estados Unidos a pelear la amnistía por el tiempo que vivió en ese país, y porque allá tiene cuatro hijos.
Harris
El caso de Harris, también originario de Honduras, no es menos patético. Narra que en su trayecto a esta frontera fue víctima del abuso y la extorsión de agentes del Instituto Nacional de Migración (INM).
Salió de su país el 24 de septiembre, y en su travesía por la ruta hasta Nuevo Laredo, estuvo en Chiapas y de allí partió rumbo a la frontera. Traía consigo algo de dinero para comer por el camino, pero no tuvo suerte para subirse al ferrocarril, por lo que tomó un autobús a la ciudad de México, pero en Acayucan, Veracruz, unos agentes del INM lo bajaron de autobús, pero lo dejaron ir luego de despojarlo de cuatro mil pesos.
Lo curioso del caso es que luego de pagar la ‘cuota’, Harris fue llevado a la central de autobuses de otro poblado en la patrulla de los agentes, pero en ese pueblo cuyo nombre no recuerda, dice que policías municipales lo detuvieron y lo volvieron a extorsionar.
“Un oficial nos bajó hasta el calzoncillo, y me quitó los últimos 400 pesos que tenía”, lo que le permitió salir de la cárcel y se fue a San Luis Potosí y de allí a Monterrey, en donde trabajó durante dos meses.
Dice que el 31 de diciembre del año pasado, ya en Nuevo Laredo, la policía municipal lo detuvo y lo encerraron en las celdas de la Base 1, cerca de la presidencia municipal.
“Allí me robaron dinero. Éramos como 150 personas a todos nos quitaron dinero, eran 400 pesos y no nos dieron documentos, pero nos sacaron a las 4 de la mañana para que no hiciéramos escándalo a la prensa”, explica en la Casa del Migrante, en donde encontró un lugar seguro mientras piensa si regresa a su país o intenta cruzar el río Bravo.