El Mediterráneo, siempre estratégico en el renglón geopolítico y geoeconómico, está condenado a padecer los peores estragos del cambio climático lo que implica, una peligrosa carambola dañina que afecta directamente a tres continentes –sur de Europa, norte de África y extremo occidental de Asia–bañados por las azuladas aguas.
En el pasado, bajo sus costas, se desarrollaron las mejores civilizaciones: desde la imponente cultura egipcia, hasta el mercantilismo de los fenicios o la boyante cultura helénica; así como, los visionarios hebreos y tambien presentes los viajeros cartagineses hasta el arribo de los poderosos romanos.
En pleno siglo XXI, el Mediterráneo está señalado como uno de los focos activos del cambio climático, toda la zona resentirá y para mal, los estragos de la subida de la temperatura global.
En los veranos, los países mediterráneos arden con los fuegos activos por una tremenda sequía y una intensa ola de calor: el sol quema tanto que hasta parece que traspasa la piel.
El cambio climático es irreversible, afirma Antonio Guterres, titular de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y advierte que se ha llegado ya demasiado tarde para confrontar lo que es, el mayor desafío, para la vida de todos los seres vivos.
“Se trata de un código rojo para la Humanidad. Hay señales de alarma que son ensordecedoras y las pruebas son irrefutables: el umbral del calentamiento global acordado internacionalmente de 1.5 grados por encima de los niveles preindustriales está peligrosamente cerca”, advierte la cabeza de Naciones Unidas.
Ya no es algo que llegará algún día, quizá en 2030 o en 2050 o que tocará vivir a las nuevas generaciones, es simplemente un destino que ha terminado por alcanzar a todos los seres vivos.
“Corremos el riesgo inminente de alcanzar los 1.5 grados a corto plazo. La única manera de evitar que se sobrepase este umbral es redoblar urgentemente nuestros esfuerzos y perseguir la vía más ambiciosa. Y se debe actuar con decisión ahora”, repite Guterres con tanta vehemencia que ya hasta parece cansino.
A juicio del titular de la ONU, si bien lo que viene es ya irreversible hay forma de mitigar su impacto siempre y cuando, las economías se vuelvan inclusivas y verdes y se trabaje en pro de la prosperidad y de un aire más limpio.
El meollo es que, si el golpe de una pandemia inesperada como la del coronavirus ha desnudado los egoísmos imperantes simplemente para compartir vacunas, se pone sobre todo en duda que la cooperación mundial y el entendimiento pueda tener éxito –algún día– para afrontar todos juntos la toma de decisiones a fin de evitar que la subida de la temperatura de forma gradual termine poniendo a los seres humanos al borde de situaciones de supervivencia.
Para Guterres no existe otra cosa más que la unidad: “Tiene que darse una unión de las economías del G-20 en torno a una coalición de emisiones netas cero y reforzar sus niveles de compromiso y de promesas para frenar el calentamiento global sobre de la base de planes creíbles, concretos y mejorados”.
La verdad es que no lo vamos a lograr. Ya es demasiado tarde. Esta COP29, en Azerbaiyán, ha llegado gris: un buen número de líderes globales cuyos países son los que más contaminan simplemente no han asistido a la Cumbre del Clima.
A COLACIÓN
En los momentos en que escribo esta columna, las autoridades aquí en España alertan a la población de una nueva DANA que afectará otra vez a Valencia, también en Cataluña y en el sur de España en varias ciudades de Andalucía especialmente en Málaga.
A cientos de damnificados que han perdido sus casas por el golpe de la DANA, del 31 de octubre, les llueve sobre mojado. Esta vez han sonado alertas en los móviles de toda la población que vive en las zonas por las que transitará esta gota fría.
Si el Mediterráneo está convirtiéndose en un problemón en todos los sentidos, es menester que se tomen medidas desde las esferas gubernamentales y de la iniciativa privada. Prevenir ya no es solo cuestión de una alerta temprana en el móvil, aquí se requiere del ingenio del ser humano y de la ingeniería para construir lo que sea necesario, a fin de evitar, que los veranos sean un infierno y los otoños, un morir bajo el agua.