El Fondo Monetario Internacional (FMI) indica que el año pasado, el PIB de Japón creció escasamente 0.1% y para este año, la perspectiva tampoco es más halagüeña, con un PIB marginal esperado de 0.6 por ciento.
De acuerdo con el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS, por sus siglas en inglés) la más reciente campaña electoral legislativa en japón se enfocó en varias cuestiones y además de los problemas de crecimiento, la primera inquietud está relacionada con la inflación.
“También hubo otros temas como la seguridad social, las pensiones y las preocupaciones generales sobre la economía. A medida que se acercaba el día de las elecciones, los debates se ampliaron para incluir la inmigración y los aranceles estadunidenses”, de acuerdo con el CSIS.
En su estudio, este organismo privado, refiere que hay varios factores que contribuyeron al revés electoral de la coalición PLD-Komeito que es la del alicaído primer ministro, Shigeru Ishiba: “ En primer lugar, el gobierno de Ishiba no pudo abordar la creciente frustración pública por la economía y el aumento de los precios, particularmente en los alimentos básicos como el arroz”.
Los salarios han perdido poder adquisitivo mientras la clase media japonesa se dice frustrada y ve con pesimismo su futuro, sobre todo las generaciones más jóvenes.
“Muchos de los votantes del ultraderechista Sanseito son jóvenes votantes, algunos primerizos, que han decidido mostrar su descontento de los partidos tradicionales”, según lo referido por el CSIS.
El líder del partido ultraderechista Sanseito es Sohei Kamiya, un profesor de inglés que también se llegó a desempeñar como gerente de un supermercado y que ha catapultado su popularidad gracias a la penetración de su discurso en las redes sociales. Se dice admirador de Trump y de grupos filonazis como el AfD de Alemania.
También culpa a la inmigración de parte de los males económicos y sociales de Japón, con su discurso del odio y del reproche, quiere expulsar a todos los extranjeros a quienes acusa de llegar para encarecer la vida local. De acuerdo con datos del gobierno japonés hay 3.8 millones de inmigrantes que representan el 3% de la población total.
A COLACIÓN
Un análisis de Michael Wolff, para Deloitte, indica que la economía de Japón está luchando por encontrar su equilibrio en medio de una alta inflación y una desaceleración mundial.
“Si la inflación vuelve a situarse en el objetivo de 2% fijado por el Banco de Japón y se mantiene este nivel de crecimiento nominal, el PIB real se recuperará. La inflación general se desaceleró al 3.5% interanual en mayo pasado frente a 4% en enero. Gran parte de esta desaceleración proviene de los alimentos y bebidas, aunque los precios del arroz continuaron subiendo; la inflación del arroz se aceleró de 70.9% en enero al 101.7% en mayo”, refirió Wolff.
Mientras tanto, la inflación total del grupo de alimentos y bebidas cayó de 7.8% a 6.5% durante el mismo período y los precios de la educación también bajaron en parte por una serie de subsidios gubernamentales anunciados en Tokio.
Wolff explica que la energía, los alimentos y las bebidas han sido algunos de los impulsores más fuertes de la inflación general: “Asimismo se espera que un yen más fuerte alivie los precios de las importaciones y limite el repunte de la inflación relacionada con la energía que podría provenir del reciente aumento de los precios del petróleo a nivel mundial”.
La intención del primer ministro Ishiba es sacar adelante un presupuesto que permita que la economía nipona salga de los crecimientos marginales a través de una serie de estímulos y apoyarse en una política monetaria que permita que la inflación baje y se estabilice.
De hecho, el Banco de Japón, espera que la inflación disminuya a solo 2% en el año fiscal que finalizará en marzo de 2026, por debajo de 2.2% previsto anteriormente.
Pero claro, ahora mismo, todos son buenos deseos porque la tormenta política en Japón no amaina y los vientos económicos tampoco son favorables para la coalición gobernante.
La reducción del déficit comercial de Estados Unidos con Japón implica menores exportaciones hacia la economía norteamericana y eso se traduce en menos ingresos para las empresas lo que al final termina con más ajustes en el salario y en el empleo. Ishiba está metido en un círculo vicioso que sigue poniendo en duda su futuro político.