Ni hablar, ganaron.
La cadenota de hechos sangrientos y de otro tipo rindió sus frutos.
Nada mejor que pegarle al elector tamaulipeco con una muestra de incidentes previos a los comicios que vivió esta entidad para evitar que siquiera asomaran la cabeza por la ventana.
Mucho menos que posaran un pie en la calle ante el temor de que se repitiera la odisea y que se tiñera otra vez de rojo el mapa de Tamaulipas.
Se les notaba en el rostro a los electores que se armaron de valor y salieron a votar.
Miraban hacia todos lados y se acurrucaban cuando se aproximaba una o dos vistosas camionetas con cristales polarizados a la casilla que se les asigno.
Las parejas se tomaban de la mano y casi corriendo regresaban a sus hogares luego de emitir su sufragio.
Otras, se detenían antes de llegar a la casilla cuando se cercioraban de la presencia de policías uniformados que en caravana hacían rondines en los centros de votación, por aquello de que su vida corriera peligro.
Ni los ciudadanos ni Tamaulipas estaban preparados para esta situación, tan salpicada de hechos que generaron zozobra y que obligaron al elector a titubear dos veces si acudían o no a ejercer un derecho constitucional que les asiste.
No estaban preparados frente a los insistentes rumores de que los vehículos que portaban la calca del candidato oficial iban a ser rafagueadas en la frontera de Tamaulipas.
Ni de las versiones que indicaban que desde la noche anterior a los comicios sujetos sin oficio ni beneficio iban a despojar por la fuerza a los electores de su credencial para evitar que votaran el domingo.
Ni de los alertas que se soltaron para inquietar a los medios sobre el lanzamiento de una granada de mano en la colonia Américo Villarreal Guerra de Ciudad Victoria, lo que a final de cuentas constituyo una falsa alarma, porque fue una “piña”.
Ni de lo que se dijo en Tampico sobre agresiones entre grupos partidistas rivales para crear la confusión y el desconcierto.
El domingo fue distinto, no fue un día de fiesta como aquellos de antaño cuando
optimistas, gustosos y seguros los tamaulipecos acudían a las urnas y luego se paseaban por las tranquilas calles para esperar los resultados y para disfrutar o molestarse porque su “gallo” se alzo o no con la victoria.
Este domingo en Tamaulipas se impuso el abstencionismo producto de la perturbación, de los certeros mensajes que se enviaron y que inyectaron el temor entre los electores de esta entidad norteña.
Porque la votación de este domingo apenas si rasco el 40 por ciento, una de las más pobres en la historia electoral de Tamaulipas.
Cuando en los comicios del 2004 fue más de un 51 por ciento de electores los que acudieron a las urnas y colocaron a Eugenio Hernández Flores en la Gubernatura de Tamaulipas.
Ahora, dicen que los panistas amenazaron con que van a impugnar la elección en esta entidad porque al igual que en otros estados no se puede gobernar con menos de un 50 por ciento, esto con base a un artículo que parece que no se sacaron de la manga.
Eso sería indigno, pero no imposible, por eso los priístas no deben de echar esto al saco roto.
Porque la confianza mata y existen pruebas contundentes.
Ni hablar, perdimos porque nos domino el miedo.
Ni hablar, ellos ganaron.
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