Ha habido tradicionalmente en la televisión de paga, llamada abierta, y que la verdad, dista mucho de ser un medio de comunicación masiva de calidad, una serie de programas que tienen que ver con los concursos para adivinar palabras y esas cosas.
En Galicia existe un excelente programa al respecto, y los ganadores por lo general son gente muy instruida, gente que conoce su lenguaje; no podemos decir lo mismo de los que ofrece la cadena televisiva mexicana más importante no solo del país sino de América Latina y probablemente entre las cinco mejores del mundo: su contenido deja mucho que desear.
Hoy, por ejemplo, tenemos un programa denominado “Cien mexicanos dijieron”, así como se escribe, lo que pone de manifiesto no una palabra chusca, sino al que piensen que el teleauditorio está compuesto por ignorantes. Nos rebajan y ningunean sin problema alguno.
Ahí también se escuchan palabras que poco conocemos: cuando se habla de un anacoreta, se quiere decir de una persona que vive en un lugar solitario, entregada enteramente a la contemplación y la penitencia.
Mil palabras existen que no conocemos, pero hay algunas que probablemente no quisiéramos conocer su significado: metástasis, tumor, mioma, cáncer, radiación, quimioterapia y otras más que se manejan en un ambiente muy exclusivo, de poca gente que, a diario, tiene que sobrellevar la penitencia de luchar por la vida, y que, la verdad sea dicha, no podemos concebir ni conocer hasta que nos adentramos en el mundo de esta enfermedad tan peligrosa que ocasiona millones de muertes al año en todo el mundo.
El cáncer podría describirse como una enfermedad neooplásica –donde se multiplican o crecen anormalmente algunas células en un tejido del organismo- con transformación de las células, que proliferan de manera anormal e incontrolada.
Para ese pequeño grupo de seres humanos que se dan cita en las afueras del Centro Oncológico ubicado allá por Tamatán, o en la consulta de oncología en los hospitales del sector Salud –General, Civil, Infantil, de Alta Especialidad, etc.- la palabra TUMOR tiene muchas connotaciones, pero todas están sumamente ligadas con la diferencia entre vivir, bien vivir y morir. Suponemos que cuando nos dicen que hay un cáncer en el organismo la expectativa de vida cambia: vemos las cosas de otra manera.
Más impactante cuando a uno de los seres que más queremos le diagnostican un tipo de esta enfermedad que ha sido duramente condenada y que tiene alternativas de vida aún en las etapas más difíciles.
La experiencia de estar esperando la consulta, la qumioterapia –quimio, le dicen los pacientes- o radiaciones de diversa índole, o el que se pueda surtir algún medicamento es muy difícil de vivir, ya que por lo general estamos hablando de tratamientos mucho muy costosos que a veces –casi siempre- la gente no puede sufragar.
Hay pastillas, por ejemplo, con un costo de casi 3 mil pesos la caja para un mes, y los doctores las recetan por 6, 12 o 18 meses como mínimo, aunado a las consultas, los exámenes y las otras opciones del tratamiento.
Y así, la vida de quien vive con cáncer es una apuesta diaria por la vida y la familia, contra la soledad y la depresión, por lo general, ocasionadas por los familiares que no han podido o querido entender qué es el vivir con la vida en un hilo.
Quienes tenemos enfermedades incurables sabemos lo que hablamos, y tratamos de verlas con una mejor expectativa: visualizamos la vida de una manera alegre y sincera, de forma tal que no nos afecte el avance de estas enfermedades.
Y ellos, los que están confinados a un pequeño inmueble donde las alternativas son muchas y el espíritu humanista es gigantesco, propician en cada acción una esperanza de vida más para cada uno de los que hemos llegado en busca de una solución a nuestro problema… o mejor dicho, condición de vida.
Es cuando realmente valoramos el esfuerzo de aquellos gobernantes que dieron los primeros pasos para que exista en Victoria un Centro Oncológico, y más aún, para los que lo han mantenido con vida, y sobre todo, vigente, actualizado y con una infraestructura que, si bien es cierto que le faltan algunas cosas, permite hacer frente a la mayoría de los casos que se presentan.
Vivir con una condición de vida de esta naturaleza no es nada fácil. Las enfermedades incurables no son precisamente un premio de lotería, y las que son de difícil pronóstico como el cáncer tampoco representan gratificación, pero no debemos verlas como el castigo de Dios o la consecuencia de nuestras malas acciones: todos podemos desarrollar una situación similar.
El caso, lo bueno, lo plausible, es que en Tamaulipas tenemos la manera de enfrentar a ese enemigo de mil cabezas llamado cáncer, y que nuestro gobernador Eugenio Hernández Flores ha determinado que siga funcionando, actualizado y vigente, como es el espíritu de quien seguramente recibe cada una de las miles de bendiciones, cada una, de un paciente con cáncer que espera salvar su vida, gracias a lo que hoy tenemos.
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Entre Nos/Carlos Santamaría Ochoa *Palabras difíciles
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