Entre nos/Carlos Santamaría Ochoa *¿Maestro o profesor?

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Términos van y vienen; unos se aplican adecuadamente, y otros, sin embargo, no cuentan con un sustento válido para su empleo. Un ejemplo claro es el hecho de nombrar “doctor” a todo profesional de la medicina, cuando su grado académico es a nivel licenciatura, y son médicos, porque el término Doctor se refiere a un grado académico de alta envergadura, de mucho contenido, previo esfuerzo importante.

En el caso de los maestros y profesores sucede lo mismo: maestro es un grado académico que sigue al de licenciatura y precede al del doctor, es decir, un grado intermedio que tiene mucho que ver con las aptitudes investigadoras de la persona.

Es quizá por esa razón que el término a que se refiere el festejo de hoy no sea el adecuado: celebramos teóricamente al maestro, cuando la celebración cuenta a los que tienen a su cargo la enseñanza de las personas desde nivel preescolar hasta niveles de educación superior y un poco más, aunque su fortaleza la encuentran en el gremio que avala la señora Gordillo, presunta profesora y actual cacique del magisterio, como se le conoce a este gremio, que en México se jacta de ser el sindicato más numeroso de América Latina, aunque una gran mayoría de sus integrantes nada tienen que ver con la educación, la formación o la docencia, y para muestra hay que ver a los dirigentes sindicales, comenzando por la señora Elba Esther, quien no atina siquiera a dar un discurso sin faltas de dicción pese a su milenaria experiencia y edad, o visualizando en la entidad, al dirigente de la sección XXX, quien se supone debiera ser un maestro distinguido y no un simple seguidor de la Gordillo y sus secuaces.

Cierto, hay maestros ejemplares y distinguidos, y una muestra de ello la vemos en la galería del magisterio tamaulipeca, creada para honrar a los distinguidos mentores, aunque en los últimos años se convirtió en un premio político más que de méritos docentes.

Ser maestro no es cosa fácil, o al menos no lo era antes de que se abarataran en el país los grados académicos y cualquiera pudiera tener acceso a ellos, inclusive en línea, sin más mérito que pagar las colegiaturas correspondientes.

Pero ser profesor…

No cualquiera podría jactarse de ser un buen profesor, porque éste es el que tiene vocación de enseñanza y no le importan los días económicos, los permisos sindicales, la carrera magisterial –uno de los engaños más grandes del sistema educativo nacional- o los puentes y días de capacitación supuesta, que es un excelente pretexto para suspender clases.

El profesor era el que nos enseñaba a cada uno el significado y pronunciación de las vocales; el que sabía hablar y utilizar el lenguaje español en lo que vale, o el que sabía que dos más dos totalizaban cuatro y sabía que la suma no era una simple operación aritmética sino el hecho de unir uno y otro recurso para tener un resultado común en el que todos estuviéramos de acuerdo.

¡Vaya!, algo así como entender que la justicia, la solidaridad, la comprensión hacia la ciudadanía, la aplicación en tribuna y la ley unen un resultado que a todos nos conviene: la paz social y la tranquilidad que hemos perdido porque no sabemos los seres humanos sumar esfuerzos. Dividimos, restamos, multiplicamos, pero sumar… eso ya se nos olvidó, quizá porque no tuvimos buenos maestros que nos enseñaran moral, sencillez, honestidad, humildad, capacidad humana, caridad, solidaridad y otros valores básicos para cualquier persona.

No están ya aquellos maestros que nos enseñaban que mentir era una acción inaceptable, y que seguramente reprobarían a aquellos que aseguran que se está trabajando en aras de la sociedad, buscando el bienestar y que la honestidad priva en todas las dependencias de cualquier administración.

Vemos noticias como la del Instituto Nacional de Migración u otras dependencias que están involucradas con la delincuencia y sabemos que éstos, los malos servidores públicos no tuvieron buenos maestros.

Todo lo contario: aprendieron a mentir y disfrazar datos reales con informes más políticos que reales.

Los verdaderos maestros se quedaron frente al pizarrón, con su borrador y sus trozos de tiza, aunque algunos se actualizaron con la tecnología y supieron utilizarla para que sus muchachos conocieran más de lo que les tocaba enseñar… y un poco más, porque el verdadero maestro no se circunscribe a su hora de clase sino que se convierte en un verdadero instructor de la vida de los seres humanos que le rodean.

El primer maestro que tenemos en la vida es nuestro padre, que nos entrega las herramientas necesarias para caminar, y en seguida, los profesores de primaria que nos dan las bases para aprender más. Siguen los de secundaria, preparatoria y licenciatura, para conformar un esquema que nos permita seguir siendo aprendices y alumnos en la escuela de la vida.

El tributo es para los maestros que han sabido llevar esta profesión como lo más sublime de sus vidas, que han sabido entregar lo más valioso de sí para los demás.

Para los maestros verdaderos, de todo corazón, el homenaje sincero. Que Dios les bendiga y nos permita contar siempre con ellos.

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