La paz ultrajada

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Como si del florecer de los cerezos se tratara, abril lleva un par de años convertido en un significativo mes en el álgido termómetro de las tensiones geopolí­ticas, con la guerra de Siria como inevitable protagonista.
Cada vez los roces son crecientes entre Estados Unidos y Rusia, dos antagonistas y protagonistas, de la gran aldea global cuyos respectivos intereses estratégicos recalan en Siria para controlar a un paí­s que, junto con Turquí­a, goza del privilegio de ser puerta hacia Europa; un brazo desde la proximidad de Asia al Viejo Continente.
Siria se ubica en la costa oriental del Mediterráneo y comparte linderos claves: al norte con Turquí­a, al este con Irak; muy cerquita están Israel y Jordania al sur y al oeste colinda con el Lí­bano. Es decir, orbita en una zona caliente de ambiciones desmedidas de unos por apropiarse de los recursos naturales y energéticos de los otros.
A la desastrosa guerra civil interna desatada por varias fuerzas opositoras contra el régimen de Bashar al-Assad en marzo de 2011, con el tiempo se han sumado diversos tiburones dispuestos a comerse a la debilitada repíºblica árabe: Rusia, Irán, Turquí­a, Israel, Estados Unidos, Arabia Saudita con la Unión Europea (UE) y la OTAN como aliados circunstanciales.
El entramado además se ha ido complicando vorazmente en la medida que colateral a las fuerzas rebeldes apareció el Estado Islámico (ISIS o Daesh) actuando como ejército masivo de control y dominación para crear un Estado dentro de otro Estado, desde una masa territorial siria, hasta otra iraquí­.
En esa telaraña figuran dos bloques equidistantes: Rusia, Irán y Turquí­a en apariencia sosteniendo y defendiendo en el poder “aunque sea con alfileres- al presidente Al-Assad; los tres paí­ses persiguen sus propios fines evitando la caí­da del desangrado gobierno.
Rusia quiere extender allí­ varias bases militares ya cuenta con una área en Latakia y otra naval en Tartíºs; también venderle varios miles de millones de dólares en nuevo armamento, y sobre todo, favorecer los negocios de sus petroleras rusas para construir relevantes obras de calado en el territorio persa.
Irán, por su parte, pretende el reposicionamiento regional persiguiendo las grandes obras gasí­sticas en Siria (que también es chií­) controlando los gasoductos islámicos desde Irak-Siria hasta conectarse con Europa.
Turquí­a, nación suní­, es el eslabón imprescindible en esta cadena y el aliado más voluble y quizá menos fiable tanto para Rusia, Irán como para Siria; el paí­s liderado por Recep Tayyip Erdogan tiende una mano de frente con unos y por detrás, lo hace con los europeos, paí­s además miembro de la OTAN.
Los turcos están interviniendo en la vorágine siria porque libran su particular batalla en contra de los kurdos, a los que culpa de desestabilizar la frontera que comparten con los sirios y de estar conectados con el Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) al que Erdogan acusa de actividades terroristas.
Del otro lado están Estados Unidos, Israel, Arabia Saudita, Francia, Alemania y Reino Unido. Desde el Kremlin denuncian que la Casa Blanca tiene “desde hace tiempo- el denodado interés de romper a Siria en pedacitos para repartí­rsela entre sus aliados.
Son dos proyectos distintos: Moscíº busca mantener Al-Assad en el poder con todo el territorio unificado en respeto de su soberaní­a, expulsar definitivamente a los combatientes del ISIS y lograr un acuerdo con los grupos rebeldes; del otro lado, la intención pasa por su fragmentación.
¿Por qué? Estados Unidos tendrí­a más control regional que compartirí­a con Israel y Arabia Saudita, dos aliados a los que empoderar para combatir a Irán; en tanto que a Israel su proyecto pasa por ganar más extensión territorial, mayor presencia geográfica.
Precisamente la semana pasada, el presidente ruso Vladimir Putin, habló
ví­a telefónica con Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, para solicitarle œque se abstuviese de llevar a cabo acciones militares que desestabilicen la situación en Siria.
A COLACIí“N
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) juega un papel alicaí­do como árbitro global, un mediador con los brazos amputados, para actuar fehacientemente in situ contra el uso de las armas quí­micas tan denunciadas en el desarrollo del conflicto.
Lo más lamentable es que nosotros el pueblo, nosotros la población civil merecemos vivir en paz, sin embargo, estamos a merced de las decisiones de personajes como Trump, Putin o Netanyahu; gente que responde a profundos intereses geoestratégicos de los amos de la guerra. En lo de las armas quí­micas, ¿quién miente?.

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