Arqueólogos temen abrir la tumba del primer emperador chino, Qin Shi Huang (259-210 a. C.), que ha permanecido intacta por más de 2.000 años en una cámara funeraria, en el centro de un palacio subterráneo, a pocos metros de sus custodios, los famosos guerreros de terracota, en la provincia china de Shaanxi.
Según un reciente artículo del portal científico IFLScience, la tumba de Qin, quien gobernó la China unificada entre los años 221 y 210 a. C., podría albergar trampas explosivas mortales diseñadas para matar a cualquier intruso.
“Se ordenó a los artesanos que fabricaran ballestas y flechas preparadas para disparar a cualquiera que entrara en la tumba. Se usó mercurio para simular los cien ríos, el Yangtze y el río Amarillo, y el gran mar, y se puso a fluir mecánicamente”, señala el medio, citando un antiguo relato del historiador Sima Qian, escrito 100 años después de la muerte del emperador.
Si bien algunos expertos consideran que se trata solo de leyendas, un estudio del 2020 reveló importantes concentraciones de mercurio alrededor del recinto fúnebre, mayores de las que se esperarían en un terreno típico. “El mercurio altamente volátil puede escapar a través de las grietas que se desarrollaron en la estructura con el tiempo”, concluyeron sus autores. Así, un supuesto foso de mercurio no solo da crédito a parte del relato histórico, sino que es una razón de peso para resistirse a explorar porque sería muy peligroso.
La relación entre el mercurio y Qin es explicada en algunos informes históricos, donde se sugiere que el emperador se habría obsesionado con ese elemento —considerado entonces como un elixir de vida— en su búsqueda por la vida eterna. En este contexto, se cree que su tumba está rodeada de ríos de mercurio líquido, que los antiguos chinos creían que podía otorgar la inmortalidad, indica Live Science.
Otra preocupación
Además de las presuntas trampas y peligros que pueda ocultar el mausoleo, los arqueólogos no se atreven a excavar por miedo a que sus trabajos puedan dañar la necrópolis subterránea. Con el uso de técnicas invasivas podría correrse un alto riesgo de causar daños irreparables y perder con ello información histórica de gran relevancia.
“Una excavación inadecuada dañará las reliquias culturales dentro de la tumba (…) Si se excavan de forma inadecuada [las reliquias ] y no tienen una buena tecnología para su protección, se deteriorarán rápidamente cuando se expongan a la luz solar, al oxígeno”, dijo en el 2005, Zhang Bai, subdirector de la Administración Estatal de Patrimonio Cultural.
A principios de la década de 1990, el Gobierno local solicitó al Gobierno central, sin éxito, la aprobación para abrir la tumba de Qin Shi Huang.
Los arqueólogos involucrados directamente con el tema también se han mostrado reacios a descifrar este misterio. “Es la mejor opción para mantener intacta la antigua tumba, debido a las complejas condiciones del interior”, aseguró en el 2006 Duan Qingbo, jefe del equipo arqueológico que trabaja en el antiguo mausoleo. Aunque algunos registros históricos han demostrado ser ciertos, varios hallazgos difieren de los relatos más antiguos, dijo entonces.
En el 2012, la arqueóloga Kristin Romey había afirmado a Live Science que “nadie en el mundo” contaba en ese momento con la tecnología para “entrar y excavar adecuadamente”. El medio describe el sepulcro de Qin Shi Huang como un opulento complejo de tumbas en medio de una extensa colección de cavernas subterráneas del tamaño de una ciudad.
¿Hay opciones?
De cualquier modo, los arqueólogos están ansiosos por descubrir su interior. A comienzos de la década del 2000, expertos chinos utilizaron tecnología de detección remota, con la que fue descubierta una cámara subterránea con cuatro paredes en forma de escalera. De acuerdo con Duan, podría haber sido construida para el alma del emperador. También confirmaron que el mausoleo contaba con un sistema de drenaje muy eficaz, que impidió que el agua subterránea entrara.
En la actualidad, se continúa apostando por el uso de otras tecnologías no invasivas que, al igual que los rayos X, ofrezcan una visión del interior del mausoleo. En concreto, una opción sería bombardear con rayos cósmicos el recinto y luego recoger las partículas de rayos cósmicos —conocidas como ‘muones’— que llueven a través de la atmósfera y luego son absorbidas o desviadas por superficies duras.
Su medición permitiría a los investigadores escanear la zona y arrojaría luz acerca de las partes desconocidas. Sin embargo, parece que esta y otras propuestas han tardado en despegar, explica IFLScience; probablemente, esto se debe a que los científicos e historiadores continúan pensado en el daño que pueda infringir su curiosidad.
“La arqueología, en última instancia, es una ciencia destructiva. Tienes que destruir cosas para aprender sobre ellas”, sostiene Romey.
Fuente: actualidad.rt.com