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“Se han creado cuarenta mil puestos de trabajo” clamaba hace no tanto con vanagloria el régimen. Pronto habrá que restar a esa feliz, pero mediocre (comparada con todos los que se han perdido) cifra, diez mil sobre los que cae la noche del desempleo quienes engrosarán la fila de los cesantes.
Se trata de los afectados por la desaparición de las tres secretarías de la burocracia federal. No obstante, para dos mil de ésos la medida constituiría un atropello brutal a ese imperio del estado de Derecho, tan pregonado en los discursos por el gobierno panista, pues, según ha recordado Joel Ayala, dirigente de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, la ley laboral garantiza a los trabajadores de base (como aquéllos) no ser lanzados a la calle despedidos, sino que deben ser reubicados.
Pero la ley laboral, una conquista social histórica, está amenazada. El neoliberalismo la ha mantenido bajo ataque constante en los medios por años y pretende destruir la garantía normativa del trabajo, encubriendo su propósito con eufemismos como la “competitividad”, “la productividad”, la “calidad total” y la cantilena de “reformas estructurales necesarias (–¡a quién!, ¿a la voracidad de las transnacionales?–) para atraer la inversión”.
Un injerencismo deshonroso que traiciona la naturaleza esencial a la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, traición que se remonta al foxiato, pero recrudeció durante la actual administración.
A lo largo de ese lapso ha asumido formas perversas, como la fabricación de expedientes penales, la persecución de los líderes sindicales, la conculcación en los hechos del derecho de Huelga, así como la negativa por esa dependencia federal de la Toma de Nota a líderes electos, en abierta violencia contra la autonomía sindical e indebida intromisión en la vida interna de los sindicatos (que no les son adictos, porque al SNTE no osarían tocarlo). El sostenido acoso a los mineros y las triquiñuelas de que la STPS se ha valido para ello son elocuentes –sobre todo por la vileza y mezquindad entreguista de su abusivo comportamiento.
Por eso resulta particularmente escandaloso y vergonzante que en los medios informativos se quiera hacer parecer el desempeño patanesco de Javier Lozano Alarcón, su titular, como cosa ejemplar.
Émulo de tipos de la catadura de Francisco Xavier Salazar Sáenz y Carlos de María Abascal Carranza, impunes predecesores suyos en la deshonra del cargo, su cinismo servil a favor de la oligarquía ha sido constante y no ha escatimado esfuerzos para descalabrar a organizaciones del proletariado nacional.
Cosa aparte son las versiones que lo implican en asuntos de corrupción, vinculación a intereses extranjeros de transnacionales e involucramiento en asuntos opacos como el extraordinario decomiso de millones de dólares en efectivo en el domicilio del empresario chino, naturalizado mexicano, Zheng Lee Yeyong (quien lo acusó públicamente de ser operador financiero de fondos de dudosa procedencia en la pasada campaña electoral presidencial) y por su raro rol como personero del ocupante de Los Pinos para el golpeteo político a las autoridades perredistas del Distrito Federal, lo cual reaviva las sospechas de la turbia naturaleza de su relación con el mandatario.
Sucede que durante la emisión del lunes 13 del programa “Los alebrijes: ¿águila o sol?” que también sirvió de escaparate al sinuoso titular de la Comisión Nacional del Agua, Carlos Luege Tamargo, el trío de locutores (Maricarmen Cortés, Marco Antonio Mares y José Yuste, los tres tristes tigres buscando trigo en un trigal) se dedicó a elogiar “la valentía del Secretario del Trabajo” –a juzgar por su naturaleza catastrófica, clonada directamente de la de su jefe– y “su fajarse los pantalones” en el más puro estilo macho esquirol.
Particularmente revelador fue que el pretexto para esos desatinos lo diera presuntamente el Sindicato de Electricistas, blanco de esta andanada mediática que no escatimó descalificaciones a ese gremio, lo cual nos advierte de la continuación de los empeños privatizadores del gobierno federal en el sector energético, por lo pronto contra la Compañía de Luz y Fuerza del Centro.
Coincidentemente, en “Entre 3” –el programa propagandístico del régimen en la Televisora del Ajusco a cargo de petimetres hijos (Alejandra Lajous, Federico Reyes Heroles) de ex directores de Petróleos Mexicanos y la parentela de ex secretarios de Hacienda (Jesús Silva-Herzog M. y Carlos Elizondo Mayer-Serra), que contó con la asistencia del refinado impostor Alejandro Werner, subsecretario de Hacienda, hubo una especial dedicatoria demandando el desmantelamiento del sindicato.
Muy contrastante, además de obvia, es la súbita mudanza de posición de los locutores metidos a opinadores, respecto al paquete Fiscal enviado por Los Pinos; desde “Matutino Express” hasta “Deshechos”, pasando por “Tercer Grado” (…pero de primaria en manos de Fernando González Sánchez, el yerno de Elba E. Gordillo M., y su “reforma integral”) y la “Barra (–chocolate–) de opinión del 13”, pues, de un inicial y rabioso rechazo al programa de aumento en impuestos –ISR, IETU, ISPT, IVA, Impuesto sobre nómina, etc.– y creación de nuevas cargas tributarias a la sociedad, repentinamente han pasado a su acogida entusiasta, hallándolo “responsable”, “visionario” y de “considerable beneficio en el largo plazo”, repitiendo –así, sin más– lo que dicen las pautas comerciales contratadas por el Ejecutivo federal.
Ya nadie habla de los baches en ahorro, inversión y gasto del gobierno.
Y es que parecen muy seguros de su triunfo: el paquete pasa porque pasa –“no hay Plan B” se engalla Josefina Vázquez Mota, haciéndole la segunda a ese pítcher fofo y bolero de la memorable rechifla –Agustín Carstens– quien desdeñoso afirma “sólo estamos en la primera entrada”.
“Alguien” debe haber repartido mucho, pero mucho dinero…
Curiosamente aquel sindicato que es uno de los más combativos entre las organizaciones que forman el movimiento trabajador mexicano, ha venido manifestándose inconforme a lo largo de todos estos años contra las políticas antinacionalistas del panismo; al punto de ser considerado cercano al lopezobradorismo, lo cual podría hacerlo blanco apetecible de la represión régimen.
No extraña la conducta mercenaria del duopolio televisivo, dada su propia condición de salvaje fuente de lucro e influencia política; ni la falta de pudor profesional que acusa especialmente ese trío de patiños en el Canal de las estrellas, el cual se demuda si hay estática en el apuntador electrónico u ocurre un apagón en el telepront.
Lo que alarma es la superficialidad de argumentos, la banalidad de explicaciones, el descaro y encarnizamiento con que los locutores asumen ante el teleauditorio ese rol instrumental y su menosprecio a la que suponen cortedad de inteligencia en el público.
Ojalá los diez mil burócratas hayan hecho economías, les tocarán días arduos.
No obstante, hoy, sépanlo bien amigos y enemigos: nadie nos va a malograr la fiesta; pese a ustedes y sus estropicios, en la mejor tradición popular consagrada por la literatura –cítase ad libitum a nuestro Nobel, Octavio Paz, desde su ensayo “Los hijos de la Malinche”, del libro “El laberinto de la soledad”– ya se abre paso pugnando por salir del ronco pecho ese viejo grito desgarrador, nuestro santo y seña llamando a la libertad: “¡Viva México, cabrones, hijos de la chingada!”.