La opinión pública no termina por definir si pensar que la fortuna del ingeniero Carlos Slim es producto del esfuerzo y visión del empresario, o si se ha colocado como el hombre más rico del mundo a costa de cosechar favores y protección del gobierno mexicano. Muchos piensan que su fortuna es producto de las dos vertientes, que sin duda es un empresario visionario que ha sabido aprovechar como pocos los favores que ha recibido del gobierno mexicano.
Como quiera que sea, son más los que tienen una opinión positiva de él que los que confiesan tener una mala opinión del ingeniero. Debería ser un ejemplo para los niños opinan seis de cada diez personas que entrevistamos, aunque paradójicamente una proporción similar dice que tener un mexicano encabezando la lista de Forbes no tendría por qué ser motivo de orgullo para México.
Claro que estas opiniones las hemos recogido a través de una encuesta telefónica y lo que piensan los más desfavorecidos no está debidamente representado en su muestra. De todas formas es curioso cómo nos quejamos constantemente del abuso en las tarifas telefónicas, en lo costoso y malo que es el servicio de internet que tenemos y también protestamos por lo mucho que pagamos por un servicio de telefonía móvil que está lejos de ser de los mejores del mundo y, sin embargo, cuando preguntamos las opiniones sobre la persona de Slim —por todos sabido prestador de tan mal valorados servicios—, entonces casi seis de cada diez confiesan tener muy buena o buena opinión de él, es decir, que los servicios que presta y de los cuales proviene su fortuna pensamos que dejan mucho que desear, pero de Slim como persona…¡ah! él es un encanto.
Segura estoy que en México hay muchos hombres y mujeres que han demostrado que son talentosos y esforzados; pero a la cima sólo llegan los más vivos y no necesariamente los mejores. Somos una sociedad que premia el gandallismo, la simulación y las complicidades antes que el esfuerzo, el talento, la lealtad y la constancia. Eso como sociedad es nuestra culpa, y en ella llevamos también nuestra penitencia.