ANECDOTARIO/JAVIER ROSALES ORTIZ *LA DIVINA PALABRA.

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Si para un periodista utilizar la palabra correcta es una regla, para un político es vital.
Hago remembranza y recuerdo bien cuando laboré en el área de internacionales de la Agencia Notimex en el D.F., cuando entre comida y comida me escapaba hacia las cabinas de radio para saborear la destreza con la que los locutores manejaban la palabra y evitaban que por su boca escaparan sapos y viboritas para no lastimar el oído del respetable.
Era más que un placer ver detrás del micrófono al maestro Eugenio Sánchez Aldana, un hombre culto, alto, muy delgado, de piel aperlada y de barba y bigote tan abundante que se asemejaba a un moro.
Eugenio era un sujeto que atraía la atención por su porte y porque siempre vestía pantalón y camisa blanca, flojos, y unos huaraches que durante las transmisiones al aire se despojaba para que sus pies desnudos acariciaran el frío piso.
Parecía él “un gurú” que con su buena vibra y una voz que arrullaba obligaba a que cada palabra que utilizaba se entendiera correctamente, porque el hecho de tener en la mano un micrófono es cosa seria.
Junto con el sonorense Carlos Moncada,-el primo del paletoso de Javier Alatorre- me recargaba en el cristal que nos dividía de Eugenio y él, juguetón, en una ocasión nos pregunto: ¿Bueno y ustedes qué. Les gusto o les agrada el noticiero?.
Carlos y yo asimilamos de buen humor la broma y le aclaramos que era lo segundo.
Me tomo del brazo y me introdujo a la cabina. “Lee este párrafo”, me ordenó, mientras que Carlos sonreía. Su noticiero ya había terminado. Inicié la lectura pero me atropellé, porque en realidad nunca había tenido en mi mano un micrófono.
El me miro serio y luego le pidió a Carlos que hiciera lo mismo, pero los resultados fueron similares. “Siéntense y tomen este lápiz”, nos ordenó enseguida.
Por instrucciones de Eugenio nos colocamos el lápiz entre los dientes y nos pidió que gritáramos como locos desaforados. Luego, nos dijo que sacáramos bien la lengua y que luego la regresáramos ha su lugar, esto cien veces. Lo hicimos y de vez en cuando Carlos y yo nos veíamos de reojo, porque aquello se aproximaba a lo obsceno.
Aquel ejercicio se hizo regular y hoy Carlos conduce un noticiero televisivo en Hermosillo, Sonora, y yo terminé como columnista, o sea que él si aprovechó bien la cátedra que nos regalo el buen Eugenio.
Todo esto viene a colación porque las palabras que utilizó el alcalde de Ciudad Victoria, Tamaulipas, Miguel González Salúm, para prevenir a los ciudadanos para que extremen precauciones frente a la inseguridad, fueron fatales.
Porque aconsejar a la población a que se guarde a las 8 de la noche para evitar que se ubique en medio de las ráfagas se antoja como un toque de queda y, eso, ya produjo sus primeros efectos.
Y como no, si por tal torpeza en las calles, en las plazas, en los bares y en las tiendas comerciales de Ciudad Victoria este jueves no fue un día normal, porque los parroquianos abandonaron el lugar antes de la hora arriba citada y los clientes hacían rápido compras de pánico en atención al consejo que hizo nuestro alcalde.
Pero la cosa fue más allá, porque en la Procuraduría de Justicia de Tamaulipas, en Seguridad Pública y en los juzgados ubicados en el Penal se dio salida al personal a las 7:30 horas no obstante de que había algunas declaraciones pendientes, todo ello por el temor a lo que sería un “jueves rojo”.
Por eso, señor alcalde, recular no es suficiente porque sus palabras brincaron las fronteras y los límites de Tamaulipas y porque otro error de ese tamaño puede despojar de la tanga, la única prenda que le queda servible a nuestra bella Vicky.
Usted es una persona carismática, atenta, capaz y bien intencionada.
Pero debe de cuidar bien lo que escapa por su boca.
Para que le conceda su riqueza exacta.
A la divina palabra.

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