El Universal
Los prostitutos garantizan a sus clientes (70% de los cuales son hombres) placer en 45 minutos; sólo 60% usa condón
Su zona es rosa. Su apariencia completamente masculina, nada de brillitos ni falditas que esconden músculos de hombre. A ellos los buscan por su apariencia varonil. Su mercado en 70% es masculino, aunque a veces atienden a una que otra mujer.
Garantizan el orgasmo y encontrar el punto G femenino y masculino. Se concentran en quien les pague los 45 minutos que dura el servicio; dan caricias y besos por todo el cuerpo, menos en la boca, igual que sus compañeras de profesión. Se dejan embarrar de lo que su cliente quiera, nunca hacen sexo oral aunque por un dinero extra aceptan. Tampoco eyaculan, pues de lo contrario no rendirían el resto de la noche. Sus honorarios: entre 300 y 1500 pesos.
Trabajan los siete días de la semana en las calles de la Zona Rosa, principalmente en Hamburgo, que está a espaldas de la avenida Reforma. Aquí se prostituyen en lo oscurito unos 30 jóvenes entre bugas (sólo con mujeres), inter (con parejas heterosexuales), activos (sólo dan sexo a hombres) y también pasivos (sólo reciben sexo de hombres).
El de la prostitución es un mundo pequeño. Así que todos los de la zona se conocen, unos incluso fueron invitados por sus amigos. El perfil se repite en cada esquina: entre 17 y 27 años, la mayoría en jeans, camisa y algunos hasta con gorrita de beisbolista, “nada de joterías, ni playeritas pegadas al cuerpo porque somos hombres y por eso nos buscan”, dice uno de los sexoservidores.
El Centro Nacional para la Prevensión del VIH/Sida (Censida) revela que el 73.2% de los sexo servidores son contratados por hombres y que en promedio tienen cuatro clientes por semana. La mayoría cobra en efectivo, pero algunos reciben regalos a cambio del servicio.
Se pasean entre las calles oscuras de la colonia Juárez, se desenvuelven entre hoteles, alcohol, viagra y drogas. De 30, sólo siete se dedican a vender placer a mujeres, el resto trabaja para hombres de todas las clases sociales y edades.
Los clientes son generalmente hombres mayores de 30 años, muchos con vida de buga, casados, y otros que simplemente buscan sexo con jóvenes.
Estudios realizados por Censida señalan que la mayoría de los que contratan estos servicios solicitan sexo anal insertivo (75.6%). De éstos, sólo siete de cada diez utiliza condón. Pocos de los clientes piden sexo anal receptivo (14.4%), pero en este caso, como los prostitutos tienen el control, el uso del preservativo sube a más de 90%.
Las mujeres que pagan por sexo
A ellas las describen entre 30 y 50 años de edad, casadas, “gordas” y “feas”, al menos, eso dice Alejandro, un joven dedicado a la prostitución masculina. “Quien se lleva a una mujer fuera de esas características se gana el premio mayor, pero sí ocurre”, según dice.
Alejandro dice ser buga y sólo trabajar para ellas. Llegó por un amigo al oficio. Viene de Tepito, mide 1.75 metros, tiene cuerpo de gimnasio, piel moreno y buen lejos. Sabe que podría ser la envidia de muchos hombres, pero la realidad es muy diferente. Las mujeres con las que se acuesta no son muy agraciadas, pero con sus billeteras le pagan la renta y sus gastos, así que debe pensar en otras para lograr una erección.
En un tonito cantado promete encontrar el punto G y garantiza orgasmos. Presume que le han tocado chicas guapas y con cuerpazo. “La neta no sé porque pagan y nunca les pregunto, me da pena, con las bonitas hasta me he venido”, eso dice. Aunque 90% están muy lejos de darle placer.
Cobra entre 400 y 500 pesos, según la clienta, dice. Nunca da besos en la boca ni tampoco hace sexo oral aunque hay sus excepciones, “si la chava me gusta o me da unos mil varos si la ando pensando”. Según Alejandro, nunca practica sexo oral por protección, aunque señala que entre sus compañeros comparten un botiquín con condones, lubricantes y telas de látex para hacer sexo oral a mujeres y homosexuales.
Clientas frecuentes
“Dejo a mis clientas con su piel calientita, mojadita de sudor y felices; 70% de las chicas me vuelven a contratar. En mi celular hay una lista de 50 mujeres, todas son mis clientas frecuentes”, asegura.
Las de Polanco lo llevan de compras o a sus reuniones sociales para después tener sexo, lloran en su hombro o recostadas en su pecho. A las jóvenes, las lleva a su casa y las presenta con su mamá y sus hermanos. “Así les doy más confianza, pero la bronca es que luego se enamoran”, cuenta Alejandro.
Según él, se alecciona para ser un buen amante. Ve el canal de Infinito en televisión por cable, películas pornográficas, lee libros de sexo y examina las fotos del kamasutra. En su casa no saben a lo que se dedica ni tampoco sus amigos del barrio. “Todos piensan que trabajo en un bar. Me salgo a las 10 de la noche de mi casa y llegó a las 4:30 de la mañana”, indica el sexoservidor de la Zona Rosa.
La extorsión policiaca
En la calle de Hamburgo, no sólo los jóvenes viven del negocio de la prostitución, también los taxistas que llevan a los clientes al hotel Monarca, donde generalmente se les da el servicio y al final de la noche, los traslada a sus casas.
La policía también se lleva su partida. Según confiesa Alejandro, juntos extorsionan a algunos de los clientes.
“Una vez que nos subimos al automóvil del cliente avanzamos dos o tres cuadras, llega la patrulla con cámara de video, para el auto y pregunta qué hacemos, nosotros contestamos que dando un servicio sexual; entonces le dicen al cliente que a nosotros nos llevaran detenidos, pero que ellos tienen que pagar una mordida si no quieren que se los lleven a la delegación y como hasta traen la cámara pues los clientes se asustan y dan todo, principalmente los que llevan vida de buga, pero contratan hombres”, explica Alejandro.
El dinero que dan los clientes de mordida, se lo dividen entre el prostituto en turno y los policías. “No a todos se la aplicamos, depende el cliente o clienta. Muchas veces en algún servicio llegan a golpearnos o no nos pagan, así que nunca se sabe. Aquí no hay que pedirle permiso a nadie para trabajar, basta con que uno de nosotros invite a su cuate a participar en este negocio”, señala.
Édgar, el experto en hombres
Se anuncia en el periódico y también en internet. Tiene 20 años y también 20 centímetros de pene, al menos así se publicita desde hace dos años que se dedica a la prostitución. “Inicié por curiosidad, empecé a trabajar en una agencia que se dedica a contratar jóvenes para masajes, compañía y sexo, pero después me di cuenta que me iba mejor por anuncio en el periódico”, dice.
A diferencia de Alejandro, Édgar comenzó esperando a sus clientes en un departamento de la colonia Roma, donde estaba la agencia de forma ilegal.
Édgar es homosexual y de cada 100 relaciones sexuales por las que cobra, dos las tiene con mujeres. Por lo menos unas cinco veces por semana da sexo servicio, cobra 700 pesos por una hora, pero en pocas ocasiones sólo se queda una hora, “la mayoría de las veces hago unos tres servicios por cliente”, indica.
Édgar se divierte. Dice que él sólo va a lo que va y que nunca se preocupa por quedar bien. “Tengo clientes que me gustan, pero no se los hago saber para que me paguen”, asegura.
Este es su negocio y una fuente de trabajo que le permite vivir bien. Tiene clientes en Puebla, Estado de México y Cuernavaca, eso sí, le pagan el transporte, el hotel y los alimentos.
Vive con sus papás, quienes saben de su oficio. “La verdad ya me quiero salir de casa, estoy acostumbrado a ser libre e independiente, por eso busco otro lugar donde vivir, porque la verdad sí tengo broncas por dedicarme a esto. No toda mi familia lo acepta”, expresa.
Édgar y Alejandro son parte de una cifra inexistente aún en México: nadie ha contado a la población sexoservidora masculina de nuestro país.
No hay campañas publicitarias de prevención para el VIH/Sida dirigidas especialmente a ellos, aunque Censida ha documentado el riesgo latente de esta población que es considerada vulnerable ante el VIH/Sida.
Censida reporta que a pesar de tener relativamente alto porcentaje de prevalencia de uso de condón, estos jóvenes tienen, por sus prácticas sexuales, un alto riesgo de adquirir enfermedades de transmisión sexual. Sólo 60% de ellos utiliza condón, pero no para todas las prácticas sexuales, pues por lo menos 85% de ellos no lo usa si practica el sexo oral con algún cliente.
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